Vivimos esta Octava de Pascua desde la alegría y la esperanza que supone para los cristianos saber que Jesús ha resucitado.

Precisamente el Papa recordaba esa alegría, la de las mujeres por la Resurrección de Jesús, este lunes de Pascua. Empieza, por tanto, un tiempo nuevo que nos invita a compartir esa alegría que es, como recordó Francisco, el motor de la vida.

Aunque muchas veces nos vence la tristeza, el cansancio y el desánimo ante muchos acontecimientos que nos rodean, la Pascua nos llama a una nueva oportunidad porque Cristo Resucitado siempre nos abre la puerta a empezar de nuevo.

Él, que dio la vida por cada uno de nosotros, nos quiere así, sin condiciones. Él, el Hijo de Dios, el que nos da la mano una y otra vez para levantarnos, está en lo cotidiano. Basta con abrir los ojos con un poco de fe para darse cuenta de su presencia en nuestra vida.

Y esa esperanza que da el sentirse acompañado, querido, comprendido, perdonado es la alegría que nos hace ser testigos de que efectivamente Cristo vive. Y ser testigos de algo tan grande nos invita a compartir ese regalo con quienes tenemos cerca. Es la buena noticia, la mejor de las noticias, la que da sentido a todo.

Y es cierto que hablar de Cristo Resucitado en estos tiempos donde pocos conocen realmente a Jesús, es todo un desafío. Ya lo señaló el Sínodo convocado por Benedicto XVI sobre nueva evangelización que hablaba del ‘coraje de atreverse a transitar por nuevos senderos’ para anunciar a Cristo.

Quizá hoy nos cueste entender un hecho que ocurrió hace más de 2.000 años, pero si somos capaces de abrir, desde la fe, el corazón y la mirada, la historia cambia. Cambia mucho y eso nos compromete a todos. Porque anunciar el Evangelio hoy, en nuestra compleja sociedad, es ser testigo de una historia que cambio el mundo. Y eso solo es posible si somos capaces de vivir y contagiar la alegría de la Pascua.