Ana (50) y Alejandro (34): "Hemos recuperado la libertad y la sonrisa que habíamos perdido"

Las periferias existenciales pueden ser una crisis personal, vital o un trastorno de salud. Casi todas ellas son lugar preferente para la acción de la Iglesia. Esta semana nos centramos en las adicciones y la depresión

Adicciones
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Ana Medina

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Las periferias existenciales pueden ser una crisis vital o personal, una adicción o un trastorno de salud, física o psicológica. Casi todas ellas son lugar preferente para la acción de la Iglesia. 

De hecho, ha sido pionera en estos campos desde siempre, y nos lleva a conocer su ejemplo el aniversario de Proyecto Hombre,  que en estos días está celebrando su trabajo en muchas diócesis. Y es que este organismo nació por el impulso de la Iglesia y su compromiso con las personas víctimas de adicciones, y aún hoy sigue existiendo ese vínculo en lugares como Astorga y León, Santiago de Compostela, Coria-Cáceres, Jaén, Málaga o Granada, donde lleva 25 años respondiendo a la llamada de ser buenos samaritanos. El obispo de Guadix y  presidente del patronato que lo coordina,  Francisco Orozco,  destaca su valor: «Es un proyecto, un camino, que a lo largo de 25 años ha curado a muchas familias rotas, ha dado mucha esperanza a jóvenes perdidos y ha devuelto la dignidad a quienes pensaban que todo estaba perdido. Proyecto Hombre es la Iglesia, que no es indiferente a los problemas y a las heridas de los hombres de nuestro tiempo».

"Me sentía vacío, frustrado, perdido, y un día me dije... 'o pido ayuda o lo pierdo todo”

En 'La Linterna de la Iglesia' les ponemos rostro, voz, y lo hacemos con dos personas que ahora se gradúan en el programa de esta entidad en Málaga, donde cumple su 40 aniversario. Alejandro González tiene 34 años, está casado y es padre de dos hijos, y ha logrado, con la ayuda de Proyecto Hombre, superar una adicción que le estaba quitando la vida y que decidió afrontar: «Llegué a un punto en el que ya no podía seguir así. Sentía que todo se me estaba yendo de las manos, la relación con mi familia, con mi mujer, con mis hijos, amigos, e, incluso, conmigo mismo. Estaba metido en una dinámica que no me llevaba a nada bueno. Me sentía vacío, frustrado, perdido, y un día me dije “o pido ayuda o lo pierdo todo”. Y aunque me costó, decidí hacerlo. Lo hice por mí, pero sobre todo por mi familia, porque ni ellos se merecían verme así, ni yo seguir viendo una versión de mí que no me gustaba nada».

Él se “gradúa” estos días del programa base, originario de Proyecto Hombre, pero esta entidad se ha actualizado para atender también otras realidades actuales, como la adicción a las pantallas, por ejemplo. En este centro incluso ayudan a realidades tan desatendidas como la de mujeres con depresión cronificada. Lo hacen desde el programa 'Alaia' (alegría en euskera), al que llegó Ana Muñoz hace año y medio “apenas sobreviviendo”, como ella dice:  «Llevaba unos cuatro años con diagnóstico de trastorno ansioso-depresivo, que la medicación del psiquiatra lograba atenuar, pero no sanaba por completo. Entonces vi que estaba tocando fondo y no encontraba salida. Un familiar me habló del programa 'Alaia' y pensé que no perdía nada por intentarlo».

"Lo que más valoro ha sido que he podido sentirme escuchado y comprendido, sin juicio"  

Alejandro y Ana lo intentaron, pidieron ayuda y ahora ven su vida de otro modo. Son personas nuevas. Se califican de libres ahora, dotadas de herramientas para vivir de otro modo. Alejandro valora así su paso por el programa: «Lo que más valoro del proceso en Proyecto Hombre es que me pude parar y mirarme de verdad. Aprenderme a conocerme, a entender el porqué actuaba como actuaba y empezar a cambiar desde dentro. Lo que más valoro ha sido que he podido sentirme escuchado y comprendido, sin juicio. Aquí he podido hablar de cosas que llevaba años guardándome y he aprendido a expresarme, a pedir ayuda y a poder confiar en los demás. También he aprendido cómo relacionarme, cómo cuidar los míos y sobre todo cómo cuidarme a mí mismo, que era algo que nunca hacía».

En el caso de Ana, esto es lo que más le ha marcado de Proyecto Hombre y de los terapeutas que la han acompañado: «Yo destacaría el fruto del esfuerzo compartido que refleja sobre todo el valor del trabajo en equipo y la generosidad y dedicación infinitas de Francisco y Miriam y la paz que me llevo al saber que si algún día necesito apoyo en 'Alaia' encontrar el refugio, un lugar seguro».

Estos días están celebrando esa historia rica en buenas noticias en muchas diócesis españolas, y detrás de esas celebraciones, de los datos que manejan en sus memorias, hay rostros como los de Alejandro y Ana que vuelven a sonreír y mirar al futuro con esperanza.

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