'Dilexit Te' retoma el gran tema del Papa Francisco, los pobres, los que no tienen voz"

Escucha el monólogo de Irene Pozo en 'La Linterna de la Iglesia'

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Qué tal, muy buenas noches. Hoy me gustaría detenerme unos minutos en una noticia que ha llenado de esperanza el corazón de la Iglesia: la publicación de la primera exhortación apostólica del Papa León XIV, titulada 'Dilexit Te', sobre el amor hacia los pobres. 

Un texto que nace en clara continuidad con la última encíclica del Papa Francisco, 'Dilexit Nos', y dos títulos que dialogan entre sí, dos gestos que parecen tenderse la mano como si uno dijera "nos amó", y el otro respondiera: "Sí, y por eso nosotros amamos también".

Es hermoso comprobar como, a lo largo de los siglos, los pontificados se suceden como como si fueran capítulos de una misma historia. La historia del amor de Dios por el mundo. Cada Papa, con su rostro, su estilo y su tiempo, sigue escribiendo esa historia. Y cuando uno toma el testigo del otro, no lo hace para empezar de nuevo, sino para continuar caminando. Porque la Iglesia no se reinventa cada ocho o diez años. La Iglesia recuerda, reza, escucha, aprende y sigue.

Y esa continuidad es signo de unidad y también de fidelidad. Porque solo quien sabe de dónde viene, puede saber hacia dónde va.

'Dilexit Te' retoma el gran tema del Papa Francisco: los pobres. Los que no cuentan, los que no pesan, los que no tienen voz. Y lo hace porque ahí está el corazón del Evangelio. Los pobres no solo nos interpelan, nos evangelizan, nos enseñan a vivir con lo esencial, a compartir, a confiar, a mirar más allá de las apariencias.

A cada pontífice le toca afrontar los retos de su tiempo. Francisco habló del “mundo herido” y del “grito de la tierra y de los pobres”. Y ahora León XIV recoge ese eco en un mundo que sigue fragmentado por las guerras y desigualdades. Y nos invita a mirar con compasión y a responder con amor.

Un amor que hace mantener encendido el fuego. Un fuego que empezó en el corazón de Cristo y que -aunque a veces débil- sigue ardiendo en el corazón de cada creyente.

Cada Papa lo alimenta con su leña, con su oración, con su entrega. Uno pone el tronco de la justicia, otro el de la misericordia, otro el del diálogo, otro el del amor a los pobres.  Y así, llama tras llama, la Iglesia se mantiene viva.

Quizá ese sea hoy nuestro desafío también: aprender a vivir la continuidad como comunión. Sin miedo al cambio y con fidelidad al Evangelio. Porque el amor de Cristo -ese “Dilexit”- es el mismo ayer, hoy y siempre.

Visto en ABC

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