El coronavirus vive con nosotros de forma oficial desde 1966. Fue descubierto por June Almeida, una científica que se dedicaba a la investigación desde los 16 años en Escocia.

En los 60 se marchó a Londres para seguir investigando con un equipo científico de prestigio. Era infalible con el microscopio. Ella misma perfeccionó técnicas revolucionarias para visualizar virus con un microscópico electrónico. Estaban trabajando con uno catalogado como ‘B 814’, responsable de resfriados comunes.

Pero había algo diferente en ese bicho respecto a otros virus que también causaban resfriado. Un quebradero de cabeza. Y Almeida, al fin, consiguió lo imposible: por primera vez en la historia tenía la imagen de un coronavirus humano. Ese término lo inventaron para describir su imagen microscópica. Una esfera rodeada de espinas, como si fuera la corona del Sol.

Sus procedimientos fueron los mismos que se usaron en Wuhan para detectarlo. Sus técnicas también sirvieron para capturar mejor la imagen del VIH, el virus del sida.

Falleció en 2007, sin el reconocimiento que merecía. Quién le iba a decir a ella, 54 años después, que ese bicho que descubrió iba a ser capaz de paralizar el mundo entero.