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Luis del Val: "Las alcaldías suelen ser avisperos de apariencia pacífica, pero avisperos"

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Luis del Val

Colaborador

Tiempo de lectura: 2'Actualizado 10:05

España es un país de alcaldes. No sólo por la obra de teatro “El garrote más bien dado”, más conocida por “El alcalde de Zalamea”, sino porque los alcaldes suelen dar pasos más allá de ese ámbito pequeño, donde se cuecen lo que los cronistas irónicos denominan asuntos oscuros y municipales. 

Una de las encrucijadas más importantes de nuestra historia, la guerra de la Independencia, comienza, no con una declaración de altas instancias, sino con el bando firmado por los dos alcaldes de Móstoles, conocido como el bando de la independencia. Y, en un pasado más reciente, en las elecciones municipales de 1931, ante el mal resultado en las capitales de Provincia, el rey Alfonso XIII se tuvo que marchar de España. Por si fuera poco, en el idioma español usamos una palabra que significa abuso de autoridad en una acción arbitraria, y ese término es alcaldada. 

Cuando yo era niño recuerdo que al alcalde le veía, una vez al año, ataviado con una levita, cerrando la procesión más importante. En mi ingenuidad, yo creía que el alcalde trabajaba en eso, en ir a las procesiones, sin ser cura. Luego, fui conociendo alcaldes. Recuerdo a Belloch, feliz en Zaragoza; a Tierno Galván, desayunando en el Café Comercial o comiendo en Casa Ciriaco. Hace poco almorcé con Juan Barranco y quien fue su mano derecha, Jesús Espelosín. 

Las alcaldías suelen ser avisperos de apariencia pacífica, pero avisperos. El incidente más nimio puede transformarse en un drama o en una polémica que llegará hasta las tabernas. Y, aunque ningún cometido es sencillo, me parece una labor complicada. He conocido alcaldes que iban andando desde su casa a la alcaldía, distante cincuenta metros, y tardaban una hora en llegar. Los hay, en cambio, que se encierran en su despacho o el coche oficial. 

Esta semana estrenamos alcalde. Si le preguntamos a cualquiera quién estaba de alcalde en la ciudad el día que se casó, lo más probable es que no lo recuerde. El alcalde, o la alcaldesa, no nos elige el novio, la esposa, el trabajo, los amigos. Pero nos puede cortar la calle, y convertirla en peatonal. O dar permisos para instalar tantas terrazas que en verano no podamos dormir hasta las dos de la madrugada. O decide que nuestro coche viejo lo debemos malvender y comprar otro, aunque no tengamos dinero. Yo diría que al alcalde se le advierte cuando interfiere en tu vida cotidiana, porque un día te vas a duchar y no sale agua, por orden de las restricciones del alcalde, o vas al trabajo y tienes que dar un rodeo inverosímil a causa de unas obras de una zona ajardinada. 

Como soy muy individualista a mí los alcaldes que más me gustan son los que no se notan, los discretos, los que mantienen las luces encendidas, las basuras recogidas, las fuentes con agua, y no se creen que son presidentes de gobierno, ni ministros de nada. Esos para mí son los mejores.  Pero vivimos en España. Y España es muy de alcaldes, y algunos, nos sorprenderán con alguna alcaldada. 

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