Un día más, todos los caminos conducen a Pedro Sánchez, que es el lugar flagrante y nulo de la política española. Ayer dio un paso más para presionar al golpismo catalán hacia la retirada de sus enmiendas a la totalidad. “Anda, Iván, dile a Efe que estoy dispuesto a convocar elecciones para el día de la República”. Así se hizo y con esa vaina estuvimos entretenidos toda la tarde.

No era cierto, claro. La presión  del Gobierno se apoya en un punto lógico: “Vosotros veréis, si convoco elecciones y ganan las derechas vais a tener que lamentar”. El asunto que es que sus socios golpistas tienen calado al perillán y saben que la primera condición de su desastre, (que el doctor Fraude tenga que abandonar la Moncloa) es el último de los supuestos que él aceptaría, que si no tiene presupuestos seguirá con las rogativas, con las dádivas y con las promesas.

Todo, mientras comienza hoy en el Tribunal Supremo la vista oral contra esos doce presuntos golpistas. Doce hombres injustos que se van a enfrentar a siete jueces impecables, presididos por Marchena, un hombre que no se dejó tentar por la oferta de presidir el CGPJ. Se abren tres meses en los que los procesados y sus defensas van a convertir la Sala Segunda del Supremo en un pucherito de agit prop. No es fácil que cuaje. Hasta el presidente de la Generalidad se cansará durante los próximos tres meses de acudir al hueco que el alto tribunal le tiene reservado. Algo tendrá que hacer en Barcelona o en Bruselas cualquier día. Mientras, por añadidura, vuelve a su promesa de los últimos nueve meses: la exhumación de Franco. Veremos si puede hacerlo.