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‘Crónicas perplejas’: “La vida se construye con un puñadito de bondades y toneladas de desaciertos”

Dice Antonio Agredano que no sabe si alguna vez tuvo mote o no, pero él sí que puso mote a algún compañero de clase

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Redactor de COPE

Tiempo de lectura: 2'Actualizado 10:44

En esta nueva sección veraniega de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente.

Así nos lo cuenta Agredano:

Yo fui el primero en llamar Poti Poti al Poti Poti. Aquel mote fue como el Ilarié de Xuxa, un éxito instantáneo. Se lo grité en el patio y a la salida del colegio ya todos llamaban así a José María. Corrió como la pólvora. Poti Poti era un personaje feo y barrigón de una serie que, en aquellos ochenta, empezaba a estar de moda entre los niños. José María era mi mejor amigo del colegio y le llamé Poti Poti porque temía, y aquí está la tragedia, temía que me lo llamaran a mí antes. Estábamos él y yo igual de gorditos, y viendo venir que se rifaba aquel apodo, no supe otra forma de defenderme que atacando a mi compañero de pupitre. Es cruel la niñez, es terrible el recreo. Confieso delante de este micrófono mis miserias.




José María y yo dejamos de vernos cuando me mudé de barrio cinco o seis años después de aquel curso. No sé si llegó a perdonarme. La serie había terminado ya, nosotros habíamos cambiado, pero todos le seguían llamando Poti Poti.

Madurar es aprender a medir el impacto de nuestras maldades. Madurar es saber cuando callarse. Madurar es, de alguna manera, poder seguir viviendo sin martirizarse por los errores cometidos. No hablo de acoso, no hablo de daño. Esos son temas para tratar con seriedad. Yo aquí sólo me refiero a esa verbena agitada que es la infancia. De todas esas buenísimas malas ideas que un día tuvimos. No sé si yo tuve un mote, nunca me enteré. Sólo sé que aquella mañana me salvé a mí mismo condenado a un amigo. No me siento orgulloso. Pero no voy a fustigarme. También he hecho cosas honradas. Algunas. Sin alardes.

Con el tiempo, con los años, he aprendido que no debemos tomarnos a nosotros mismos tan en serio. Hacerse mayor no es sólo esta sinfonía de crujidos y estas arrugas y este quejarse por todo. También es saber frivolizar, entender la existencia como el fenómeno liviano que es. Con sus incongruencias y sus disparates. Con sus apodos, sus risas, sus chismes y sus vergüenzas. No somos tan importantes. Me arrepiento de lo del Poti Poti. Me arrepiento de muchas cosas. Pero la vida está hecha de roca. Nada de esto la derrumba. La vida se construye con un puñadito de bondades y toneladas de desaciertos. Y ahí reside parte de nuestro encanto.


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