En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus "Crónicas perplejas".

Nos creemos gigantes, pero a veces, el mundo, nos da la medida real de lo que somos. Los truenos despiertan a los niños. Nos asomamos a la ventana y vemos el cielo oscuro, ferozmente iluminado por los relámpagos. Llueve. Llueve con fuerza. Incansablemente. Y las ciudades se muestran como lo que son: espacios frágiles. Apenas un refugio cotidiano.

Teníamos ganas de volver a nuestras rutinas. Teníamos ganas de esa normalidad que sucede al verano. Teníamos ganas de que el calor nos diera un respiro. Teníamos ganas de sacar eso que llaman prendas de entretiempo. Teníamos ganas de orden, de calma, del cobijo que nos ofrece el otoño. Tomar un té. Las nubes grises. Ponerse calcetines para andar por casa.

Pero la tierra es así, caprichosa y terrible. Y con sus fenómenos meteorológicos, nos empequeñece. Nos recuerda lo vulnerables que somos. Lo hostil que es el mundo ahí fuera. Casas inundadas, carreteras impracticables, árboles vencidos, trenes detenidos. Y en la cabeza, todas las cosas que no podemos hacer. Las obligaciones pendientes. Los planes sepultados por la violencia del clima. Vibran las ventanas tras un trueno. Mi hijo me dice que le da miedo. Y le abrazo. Y ese abrazo me reconforta más a mí que a él.