Antonio Agredano y su primer recuerdo: "La mano de mi abuela María, con su enorme cicatriz y palparla con mis dedos pequeños"

El cronista de Herrera en COPE habla de esa primera memoria que no se borra durante toda la vida.

Antonio Agredano

Redacción Digital

Antonio Agredano

Redacción Herrera en COPE

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El nacimiento de un hermano, un paseo a hombros de tu padre, un regalo del abuelo... el primer recuerdo de tu vida siempre te acompaña durante toda la existencia. Sobre esa memoria habla Antonio Agredano este viernes.

primer recuerdo

La mano de mi abuela María. Con su enorme cicatriz. Palparla con mis dedos pequeños, ese es mi primer recuerdo. El mapa de su piel. La seguridad que me daba su tacto, su fuerza medida cuando apretaba mi mano. Y cruzábamos la calle para ir juntos al súper. Arrastrando su carrito de la compra. Con su nieto pegado al bambito. «Mi ratón», decía. Toda mi infancia somos ella y yo. Yendo a sitios. Paseando por el barrio. Sentados en sillas de plástico, comiendo algodón dulce en la verbena. No recuerdo ni su risa ni su voz, pero sí su mano, sencilla y clara. 

También tengo guardado, aún más nítidamente, su adiós. Yo ya tenía siete años. La vida no nos dio más tiempo. Fue así de bárbara la existencia. Así de injusta. Ella lleva años viviendo sólo en mi memoria. Y me acompañará hasta que sea yo el que habite otras nostalgias. Pasan rápidos los días. Hubo un tiempo de pausa, de afectos discretos. Tuve un refugio. La bóveda de sus dedos. Cómo de bien los recuerdo. Con esa suave aspereza de quien ha trabajado toda la vida.

Tras ella sucedió la vida. El dolor y la ausencia. Y luego crecer y elegir ya los propios caminos. La intemperie. Porque eso es la vida. Estar fuera sin protección ni abrigo. Se amontonan ya los recuerdos. A mi edad, la mochila está muy cargada. Los muerdos primeros y los amigos que fallaron y la familia que se deshace y algún buen concierto y mis hijos cuando comenzaron a andar. Y las mudanzas. Y los intentos. Y un puñadito escaso de rencores.

Pero mi primer recuerdo, el primero de todos, fue su mano; y en ella, aquella cicatriz. Aquella costura blanca. Aquella cicatriz llena de preguntas que jamás me respondieron. Y su amor magnético. Y la ternura de sus gestos. Cuando la vida era sólo luz. Cuando nada pasaba, salvo su abrazo. Y sus besos en la frente. Y las siestas a su lado, cuando el calor obligaba a bajar las persianas, y justo antes de que yo cerrara los ojos, me sonreía, y posaba su mano en mi mejilla, como diciendo: ya siempre estaré a tu lado.

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