'Crónicas perplejas': "El fútbol se parece a la vida porque, muchas veces, se empata"

Habla Antonio Agredano de fútbol

Antonio Agredano

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En esta sección de 'Herrera en COPE', Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus 'Crónicas perplejas'.

Que el fútbol se parece a la vida es algo que hemos leído demasiadas veces. Pero, lejos de lo que podemos pensar, no es porque a veces se gane o a veces se pierda. No. El fútbol se parece a la vida porque, muchas veces, se empata. Porque no sabemos si celebrar o si salir del estadio en silencio. Porque los días tienen ese extraño aire de armisticio

Hay muchos cero a cero, o así lo sentimos, cuando llegamos del trabajo a casa. Cansados. Con cierta sensación de tedio. Y hacemos balance de lo bueno y de lo malo, del amor y de la pérdida, de la esperanza y de la frustración. Y el resultado, luminoso en el marcador, es un simple empate. Y está bien que haya días donde no gane ni el júbilo ni la tristeza. Está bien que haya días así, llenos de barro, pero con esa agradable sensación de haber peleado.

Me gusta mucho el fútbol. Llevo el escudo del Córdoba tatuado en el muslo izquierdo. Lo juego, cada vez menos, porque ya tengo una edad. Soy portero. Y cada vez tardo más en levantarme del suelo tras una de esas ridículas estiradas que protagonizan los futbolistas de mi edad, pachangueros, frágiles, y con más ganas de la cerveza posterior que del propio partido.

 Aun así, cuando me pongo los guantes, aprieto la mandíbula. Palmeo. Estiro el brazo, toco el larguero, troto un poquito sobre la línea y siento que voy a jugar el encuentro más importante de mi vida.

A mis años, cada partido es una final, porque puede ser el último. Pero al menos, ahí estoy, oliendo el plástico del césped artificial, ordenando a mi defensa, adornándome en los tiros sencillos. ¿No es eso la vida también? Ese cansancio, pero esa coquetería. Ese entusiasmo de párvulos. 

Darlo todo sabiendo que somos insignificantes. Que tampoco nos jugamos nada. Pero, aun así, sentir, vivir, desollarse las rodillas, crujir los huesos, celebrar los goles que marcan los tuyos, maldecir en voz baja los que tú te tragaste.

Eso tiene el fútbol. Esa unión, ese grito, esos abrazos a los desconocidos en la grada. Nuestros colores, nuestro patrimonio emocional, nuestra memoria. Ganar, perder y empatar. Casi siempre empatar. Porque la vida es equilibrio. Y nos da y nos quita como un mal árbitro. 

Y cada gol es un recuerdo de que aquí seguimos. Con los brazos alzados hacia el cielo pese a tener el cuerpo dolorido.

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