Viene mucho por Fin de Semana con Cristina un romano de Madrid que siempre intenta convencernos de que hemos cambiado muy poco desde los tiempos de la Roma antigua. Y hoy nos habla del teatro en Roma. Él es Paco Álvarez, escritor y autor de ’Estamos locos estos romanos’ y ‘Romanos de aquí’, y nos quiere demostrar que somos mucho más romanos de lo que creíamos.

Paco detalla que “las comedias de Plauto, por ejemplo, que escribió hace dos mil trescientos años, son tan modernas que han sido adaptadas por Shakespeare o Moliere, incluso hoy hay un musical en el teatro de Madrid, que adapta las obras de este romano del siglo III a.C.”. Sobre si eran muy de teatro los romanos, Paco lo tiene claro: “Eran muy teatreros. Para que os hagáis una idea, en la Roma del siglo II, sumando los asientos de los tres teatros más importantes, el de Pompeyo, el de Marcelo y el de Balbo (por cierto, este construido por un gaditano) nos salen 48.700 butacas, mientras que en Broadway, por ejemplo, sumando sus cuarenta teatros, sólo tiene 48.063. El teatro más grande de Broadway, el Gerswin, no llega a 2.000 butacas, mientras que el teatro del gaditano Balbo, el más pequeño de los tres romanos citados, tenía 7.700 localidades, numeradas y perfectas para disfrutar de la escena y de la acústica, sin micrófonos. Las entradas eran numeradas, se ‘imprimían’ en tablillas y además, se alquilaban almohadillas, porque la piedra no es muy cómoda”.

El escritor cuenta que había algo parecido a los musicales de los que disfrutamos hoy en día: “Sabemos que las obras llamadas cantica eran en origen obras de teatro cantadas y que fueron evolucionando hacia casi un concierto de nuestras estrellas del rock, ya que el actor, ahora solista, llevaba todo el peso del espectáculo (spectaculum, en latín, de spectare, mirar) y en el escenario solo le ayudaban bailarines, coros o músicos (symphoniarii, de donde viene sinfónico) Incluso sabemos que había ballet según nos cuenta Quintiliano, el profesor de Calahorra, que nos explica que en el siglo I se hicieron famosas las obras en las que el protagonista expresaba al son de la música el contenido de la tragedia: sus manos piden y prometen, acercan y alejan, traducen el horror, el temor, la alegría, la tristeza (…) tienen el poder de reemplazar las palabras”.

Si hablamos de actuaciones no podemos dejar de lado a los actores, que parece que eran auténticas estrellas: “Muchísimo. Eran providenciales las disputas entre los actores más famosos, cuyos líos y escándalos serían hoy capaces de llenar todas las tertulias rosas o páginas y páginas de nuestras revistas del corazón. Los barullos eran tan tremendos que hasta el mismísimo Augusto en persona recriminó al actor Pylades por sus continuos escándalos, a lo cual el histrión (de histrio, actor) parece ser que le contestó ‘Augusto, bien te conviene que hablen de nosotros’. Augusto no añadió nada, se quedó pensando en lo que Pylades le había dicho, dándose cuenta de que era una gran verdad. Que es mejor que nos ocupemos de los escándalos de los famosos que en ver qué hacen los gobiernos”.

¿Y los famosos eran presumidos?, ¿se operaban o ponían botox o algo parecido? Paco no deja de sorprender: “Intentaban alargar su juventud sometiéndose a ejercicios y dietas draconianas destinadas a mantener su línea o tiñéndose el pelo, como recrimina a uno nuestro poeta de Calatayud Marcial: ‘Te haces el joven, Letino, con tus cabellos teñidos de cuervo, si hace un momento eras cisne. No puedes engañar a todos. la primavera sabe que peinas canas, ella arrancará el disfraz de tu cabeza’”, termina el escritor.