Hay un territorio que nos devora y nos construye a la vez. Un espacio que borra todo lo conocido al tiempo que ilumina lo que todavía no existe. Ese ámbito se extiende infinito, sin bordes, y se prolonga como la cola de un cometa. Ese territorio insospechado y concéntrico es la noche.

La noche es la orilla en la que se citan todos los náufragos. La noche abraza por igual a soñadores y desesperados, a seductores y desahuciados, a héroes y a cobardes, a fantasmas y a solitarios. Todos arrinconados en las sombras, mientras los grillos entonan su melopea de lejanías y ausencias.

En la noche habitan las voces de un paisaje invisible. Voces como las que se alzan de la primavera y nos descubren que dentro de nosotros algo se enciende.

La noche es la caja de resonancia de un mundo incombustible. En ese pentagrama insomne se quejan las grietas de la sospecha y resuenan los chasquidos de los besos, la tos de los niños, las pisadas como signos de interrogación sobre las calles, el ronquido de los motores, el crujir de los cuerpos, la fatiga de las almas y el volcán del deseo.

Y a veces, cuando el silencio está en flor, la noche nos cuenta un secreto al oído. Y uno de esos secretos que esconde la noche es una voz delicada, limpia... La voz de Elena Iturrieta.

El disco que nos presentado en Fin de Semana COPE con Cristina López Schlichting se titula “Lo que esconde la noche” (“What Night Hides”), y el nombre que aparece inconfundible en la portada es el de ELE.

Este segundo trabajo discográfico viene a confirmar muchas cosas. La primera, que esa voz que nos sorprendió hace poco más de tres años porque frecuentaba un tipo de música poco usual por estos pagos (soul, folk americano, blues, jazz), es una rareza necesaria. Necesaria como contrapunto a tanto producto diseñado para el mercado, a tanta uniformidad.