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Un ángel en prisión: “A mí Dios me dijo, tú a la cárcel"

Ángeles Pérez se dedica a sus 80 años a acoger a presos que salen de la cárcel en Madrid

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CELIA HERNÁNDEZ

Tiempo de lectura: 3'Actualizado 10:03

Las paredes del salón de uno de los muchos pisos que tiene Ángeles en el barrio madrileño de Entrevías, son de color verde. Ella, una señora de pelo corto claro, con cara simpática, vestida de colores veraniegos, nos recibe con una calurosa sonrisa que se puede intuir bajo la mascarilla. Es Ángeles Pérez, ahora tiene 80 años, se encuentra débil tras haber pasado el dichoso coronavirus durante la pandemia. Aún así nos cuenta con emoción la historia de su vida. Una vida marcada por una gran generosidad.

Cuando lo tienes todo, cuando la vida te va bien, ¿por qué complicarse la vida con los problemas de los demás? Esa es la pregunta que se haría seguramente la familia de Ángeles Pérez, al conocer su idea de hacer un voluntariado en la cárcel.

Tanto marca su vida esa labor en prisión, que decide destinar su vida a ayudar a los presos. Así nace la Asociación Pro Recuperación de Marginados (APROMAR). Un proyecto que se dedica a gestionar pisos de acogida para los presos que reciben la libertad. Una libertad que viene marcada por la falta de oportunidades y la marginación.

Los orígenes de Ángeles

Un pueblecito de casi 1.200 habitantes en la provincia de Jaén, llamado Sorihuela del Guadalimar vio crecer a Ángeles. Su nombre no sería en vano, porque hay casualidades, hay personas, que hacen honor a su nombre. Siendo muy jovencita abandonó la localidad andaluza para irse a Madrid con sus hermanos, a quienes ayudaba con las labores del hogar y además trabajaba como sastra.

En las largas jornadas en la sastrería, recordaba ese sentimiento que tenía desde pequeña de denunciar las injusticias que veía a su alrededor. Poco después conocería a Fernando, con quien se casó a los 21 años y formó una familia.

Ángeles, esboza una orgullosa sonrisa al hablar de su hogar. Tiene 3 hijos y ha sido abuela 7 veces. No duda en enumerar uno a uno los nombres de sus nietos. Hasta tiene un nieto ya casado al que pide por favor que le haga bisabuela.

La entrada en prisión

La Parroquia de la Estrella era una cita obligatoria cada domingo en la vida familiar de Ángeles. Esta parroquia tiene un especial valor sentimental para ella. Aquí empieza su andadura como voluntaria. Antes de encontrar su lugar en la cárcel, ayuda a familias gitanas a regular su situación o a inscribir a los niños en la escuela. Un domingo, el párroco hace un llamamiento porque necesitan gente que vaya a ayudar a la cárcel y Ángeles no lo duda.

Allí, de la mano del capellán de la prisión, entra por primera vez en la cárcel. En ese momento entiende lo que es la libertad cuando las puertas se cierran de un golpe seco a su espalda. Cuando conoce la realidad de las cárceles y de las dificultades de reinserción de los presos una vez comienzan a vislumbrar la libertad, siente la necesidad de hacer algo. APROMAR,será el faro de miles de personas para conseguir una oportunidad después de tanta oscuridad.

Para su familia, los presos son parte de la historia de su vida. Para Ángeles, son personas, son como sus hijos. Nos confiesa que ella es “una más en la cárcel”, todos la conocen y saludan con cariño. Con el cariño que se puede saludar a una persona que te da todo su corazón a cambio de nada. Por el deseo de hacer de este mundo algo mejor. Una historia tan necesaria en estos tiempos donde las malas noticias y la tragedia nos inundan cada día.

Ahora son los propios ex presos los voluntarios en APROMAR, los que ayudan a otras personas a superar una situación que ellos conocen de primera mano. Al salir de aquel piso, Ángeles nos despide con una invitación en septiembre a la tradicional comida de los sábados en uno de los pisos. Donde se juntan todos los ex presos para pasar un agradable día. Aceptamos la invitación. Volveremos a vernos en septiembre, Ángeles. Volveremos a sentir lo mismo que aquel día, donde la solidaridad, la generosidad y la bondad fueron palpables.

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