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Lo que nos está matando

Europa
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Tiempo de lectura: 3'Actualizado 09 ene 2018

Como gran aficionado a la marina, el académico Arturo Pérez Reverte se concedió a sí mismo una “patente de corso” periodística - en definitiva corsario- para atacar con descarnado y descarado estilo, ideas preconcebidas, petulancias eruditas y todo lo que se le antoja contrario a la libertad y la verdad. Por eso tiene tantos amigos como enemigos.

Como lo leo con gusto aunque veces no coincido con sus apreciaciones, no quiero pasar por alto su reciente artículo en el XL Semanal de ABC, sobre “la Europa que estamos matando” . Arturo considera que a la vieja Europa que alumbró la filosofía griega, la poesía, el arte y, por supuesto, la literatura, -se olvida de los santos, nada raro en nuestros tiempos de la posverdad- la está destruyendo… el turismo de masas. No me esperaba tal diagnóstico, pero admito que no le falta alguna razón.

Esas manadas de turistas ignorantes que “arrasan” en calzoncillos los recuerdos históricos de las grandes ciudades, sin conocer ni respetar su historia, ciertamente, están degradando calles, plazas, museos y todo lo que les permita hacerse un “selfie” con una estatua como fondo. Pero, claro, esto no está “matando” Europa; en todo caso la está “degradando” con su paso vocinglero y sus atuendos de mal gusto.

Hay cosas mucho más serias que, de verdad, están desfigurando las huellas visibles e invisibles que nos ha dejado el paso de los siglos y, sobre todo, la que soñaron los fundadores de lo que hoy es la Unión Europea, basada en unos valores cristianos de los cuales apenas queda ya la pátina de sus monumentos, sus catedrales o sus palacios. Hablo, por supuesto, de la “nueva cultura”, o si quieren, la “nueva política” y de esa “nueva era” supuestamente religiosa que está impregnando de paganismo y estulticia política el pensamiento y las costumbres sociales.

Lo que mata a Europa, superadas las guerras de religión, las guerras de poder, los nacionalismos y los totalitarismos, son las ideologías disolventes de la civilización que nos trajo en mensaje liberador de Jesucristo, al que hoy pretenden desfigurar en aras de una democracia mal entendida. Casi me atrevería a afirmar que a Europa la está “matando” la misma democracia que nos quiere igualar en la mediocridad para que no se sientan molestos los mediocres de oficio, ya sean escritores, ya políticos, ya meapilas…

Es ese afán “igualitario” que, en nombre de la democracia, se niega a admitir hasta la diferencia de sexos como el mayor bien que ha construido la Humanidad. No creo, sin embargo, que esas “ideologías de género” que, al fin, han sido denunciadas como destructivas por la Conferencia Episcopal Española, vayan a matar a Europa porque al final vencerá la verdad. Pero, desde luego, la están debilitando de tal manera que ya tenemos a las puertas de esta vieja ciudadela cuarteada a quienes no abjuran de sus creencias sino que, al contrario, las exacerban, como ocurre con el integrismo islamista que aspira a someterla como antaño sometieron a España y parte de la Europa balcánica.

Lo que en verdad temo es que, en esta nueva guerra, ya no habrá espíritu alguno de resistencia como la que animó en su principio a los cántabros lanzados a la reconquista del mundo perdido. El heroísmo está tan en decadencia como la práctica de las virtudes humanas aunque nos limpien la conciencia esos Bancos de Alimentos, esas Cáritas movidas por la Iglesia o las colectas parroquiales.

La nueva Europa, al socaire de la democracia, se está suicidando en el altar del dios dinero, de las finanzas corrompidas por la avaricia, de esa “economía que mata” como bien ha dejado por escrito el Papa Francisco y que, en buena medida, han alumbrado los populismos antisistema y los nacionalismos cultivados con el rechazo del diferente –el odio, vamos, que alcanza los inmigrantes- así como el engaño y la mentira. Ahí está como muestra el separatismo catalán.

¿El turismo, asesino de Europa? Todos hemos sido turistas alguna vez, o muchas veces, y nos hemos enriquecido con la visión de otras culturas. En todo caso, habría que hablar del turismo como un fenómeno del consumismo cada vez más “democratizado”: nada iguala tanto a los hombres –habrá que añadir a las mujeres, claro- como la idolatría del bienestar, convertida en ideal supremo. ¿Y qué pasa con la muerte? Ah, de eso no hablemos, porque aquí nadie se va a morir. Vivimos muy bien con nuestras miserias morales, donde la Hermana Muerte no tiene morada…

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