Entre las diversas actitudes ante la dura crisis que vivimos en este momento de transición, la mirada cristiana está muy lejos del fatalismo predominante en varios sectores sociales. La esperanza cristiana no es un falso optimismo ni un ingenuo superar el día a día como se pueda. La esperanza cristiana está arraigada en la certeza de que Dios responde al deseo profundo del corazón del hombre, y hace  fecunda nuestra forma de afrontar las incertidumbres. La generosidad de las familias ante situaciones personales de dificultad económica y ética es uno de los signos más palpables de esta forma de esperanza.En la homilía con motivo de la celebración de San Isidro Labrador, el arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, cardenal Rouco Varela, ha insistido en que “las dificultades que pueden presentarse en el camino de la existencia para un cristiano, e incluso para la comunidad de los que conciben y conducen su vida en este mundo a la luz de la fe, nunca serán capaces de arruinar la esperanza”. Una esperanza que nace del encuentro con una persona en la historia, Cristo, que en estos días de Pascua celebramos presente en nuestra vida. Él no nos da un manual de instrucciones sino que abre nuestra razón e impulsa nuestra libertad a construir el bien para todos.