“Mientras unos desperdician alimentos, otros mueren de hambre: el drama que clama por justicia”
Monseñor Fernando Chica Orellana ha participado en Cartagena en unas jornadas de la UCAM sobre el desperdicio alimentario

Declaraciones de Monseñor Chica Arellano
Murcia - Publicado el
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Hay diferentes estadísticas, pero hay una que dice que cada persona desperdicia a la semana un kilo de comida que podría ser aprovechable. La solución parte de cada hogar y por supuesto de la industria y demás actores involucrados.
En un mundo donde millones de personas se acuestan con hambre, un tercio de los alimentos producidos termina en la basura. Esta realidad desgarradora fue denunciada con profunda claridad por Monseñor Chica Arellano durante la jornada de sensibilización contra el desperdicio alimentario organizada por la UCAM, celebrada en Alviento.
El observador permanente de la Santa Sede ante el Polo Romano de las Naciones Unidas, FAO, FIDA, PMA lanzaba la cuestión clave. “¿Cómo se puede explicar que haya 800 millones de personas hambrientas, y al mismo tiempo que se tire un tercio de la producción de alimentos?”, preguntó con voz firme. Porque, como recordó, estos son dos hechos que “se repelen y que hay que combatir”.
El desperdicio alimentario no es solo una cuestión de malos hábitos o falta de conciencia; es un problema estructural que afecta no solo al derecho a la alimentación sino también a la justicia social y al cuidado del planeta. “El alimento no es una mera mercancía ni un conjunto de calorías —explicó monseñor Arellano—, está unido al derecho a la vida y a una vida digna, y debe ser valorado como tal.”
Su llamada a la acción es clara: la lucha contra el desperdicio debe ser holística, involucrando a todos: hogares, restaurantes, supermercados, instituciones y gobiernos. “Nadie sobra en esta tarea”, aseguró, enfatizando que la clave está en la colaboración y en transformar la mentalidad colectiva.

Ponencia de Monseñor Chica Arellano, junto a Gonzalo Wandosell
En efecto, mientras algunos “desperdician porque no les apetece o porque planifican mal sus compras”, otros sufren la terrible realidad de “niños que van a la cama sin comer” con el estómago vacío. Es un contraste cruel que obliga a repensar nuestros hábitos y a exigir políticas que combatan ambos males: el hambre y el despilfarro.
Monseñor Arellano resaltó que, además de las medidas legales, es imprescindible impulsar campañas de sensibilización que nos enseñen a valorar lo que tenemos, a respetar el alimento como un bien sagrado que sostiene vidas, economías y comunidades enteras. Porque, como señaló, desperdiciar alimentos es desperdiciar recursos vitales como el agua, la energía y el trabajo.
La jornada ha reunido a especialistas del ámbito internacional, científico, tecnológico, empresarial y educativo, con el objetivo de sensibilizar a la comunidad universitaria y a la sociedad en general sobre las consecuencias éticas, sociales, económicas y medioambientales del desperdicio alimentario, así como impulsar hábitos de vida sostenibles y responsables.
Según el informe “Global Food Losses and Food Waste” de la FAO, cada año se desperdicia en el mundo un tercio de los alimentos producidos para el consumo humano, lo que equivale a 1.300 millones de toneladas. En España, la cifra supera los 1.200 millones de kilos anuales, lo que convierte este problema en una cuestión no solo ética y económica, sino también medioambiental, ya que está asociado a entre el 8 y el 10 % de las emisiones globales de gases de efecto invernadero.
Desde Cáritas Española se presentó un proyecto innovador que aprovecha alimentos que normalmente se desecharían, mediante su recolección, selección y re-procesamiento para alimentar a personas en situación vulnerable. Este modelo no solo combate el desperdicio, sino que también genera empleo y dignifica a quienes reciben la comida, ofreciendo opciones que respetan su dignidad y preferencias.
Se ha puesto el foco en la ley de prevención de las pérdidas y el desperdicio por medio de José María Ferrer de AINA, y se han dejado ejemplos prácticos de empresas como Camposeven. Todo bajo el interés de la UCAM que pretende concienciar de la magnitud del desperdicio alimentario a su comunidad educativa y a la sociedad en general.