Nekane Ibarretxe (psicóloga) sobre el uso de perros en terapias con niños víctimas de abusos sexuales: "Dan seguridad, calma y afecto"

Cuando la confianza en los adultos se ha roto, el vínculo con un animal se convierte en una puerta para reparar el trauma en menores víctimas de violencia

Una niña sonríe mientras sostiene a su perro en brazos
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Empleo de perros en terapias con niños víctimas de abusos sexuales

Carlos Molina

Bilbao - Publicado el - Actualizado

3 min lectura8:05 min escucha

En las situaciones más complejas, donde las palabras no son suficientes para sanar, la terapia encuentra un aliado inesperado: el perro. Para los niños y niñas víctimas de abuso sexual, cuya confianza en las personas ha sido devastada, el vínculo con un animal se ha convertido en una innovadora y eficaz herramienta terapéutica. La pasada semana, de hecho, un juzgado vasco admitió la declaración de una víctima menor acompañada de sus perros de terapia.  

Ahora mismo, cinco menores acuden a terapia con perros dentro del Programa Especializado de Valoración e Intervención Psicológica en situaciones de Abuso Infantil, impulsado hace ahora 25 años por el Servicio de Infancia de la Diputación Foral de Bizkaia.

Estos menores, dañados por quienes debían protegerlos, a menudo no pueden acceder a una terapia convencional basada en la palabra, ya que la figura de un adulto desconocido les resulta "amenazadora".

El perro como puente terapéutico

Aquí es donde entra en juego el perro. Tal como explica la psicóloga Nekane Ibarretxe, especializada en la intervención asistida con perros y fundadora de Lokarri, el animal es percibido como un “ente absolutamente amable”. Su presencia genera, de partida, "seguridad, calma y afecto", lo que permite derribar la primera barrera de desconfianza.

Pero el perro no solo soluciona el problema de la desconfianza. También aborda el segundo gran obstáculo: "la incapacidad de verbalizar el trauma". Fruto del daño sufrido, muchos menores no pueden explicar cómo se sienten, ya que las emociones y las situaciones están "disgregadas". La relación que se construye con el animal permite trabajar sin necesidad de que el niño hable, aprendiendo a través de la interacción directa.

Cuando quien te tenía que cuidar te ha dañado tan profundamente, hay una caída de la confianza en el humano”

Nekane Ibarretxe, fundadora de Lokarri

Aprender a través de una relación sana

La terapia se desarrolla enseñando al niño a construir una relación sana con el perro. Ibarretxe, que trabaja con sus perras Pantxita y Koko, pone un ejemplo claro. “Muchos niños, al ver a Pantxita tan pequeña, lo único que quieren es cogerla en brazos”, explica. Sin embargo, a la perra no le gusta. En ese momento, la terapeuta, como “voz del perro”, establece un límite claro. “No puedes, por esto mismo”.

Con esta simple interacción, se trabajan conceptos fundamentales que han sido vulnerados en la vida del menor: la empatía, la escucha, la observación, los límites y el respeto. La relación, además, evoluciona. Con el tiempo, si el niño ha interiorizado ese respeto, puede que Pantxita sí se deje coger, lo que supone para el menor “una constatación de que lo está haciendo bien”, reforzando positivamente su aprendizaje.

Esta relación no se basa en dame la pata, siéntate, haz lo que yo quiera, sino en dar al perro su respeto”

Nekane Ibarretxe, fundadora de Lokarri

Un equipo profesional, la clave del éxito

Este enfoque, sin embargo, va mucho más allá de tener un animal de compañía en casa. Es imprescindible un equipo profesional detrás, formado por un psicoterapeuta, un especialista en intervenciones asistidas con perros y un perro de terapia específicamente entrenado. Las sesiones movilizan emociones en bruto en los niños, una carga emocional "muy intensa" que el animal debe poder gestionar con el apoyo de sus cuidadores.

El bienestar del animal es tan prioritario como el del menor. El objetivo es romper con el patrón de las relaciones abusivas, donde ha habido “silencio, secreto, manipulación y el uso del otro”. Por ello, la terapia se fundamenta en el respeto mutuo, la empatía y los límites, enseñando un modelo de relación que luego “se puede trasladar fuera del marco terapéutico”.

Tras diez años de experiencia, Ibarretxe asegura que los resultados son “muy esperanzadores” y les invitan a seguir en este camino. El objetivo último es que estos menores puedan, en el futuro, construir relaciones sanas y vivir acompañados, dejando atrás la soledad impuesta por el trauma. Un cambio profundo que requiere tiempo, profesionalidad y el apoyo incondicional de un amigo de cuatro patas.

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