La historia de Lucas Iguzquiza: un luchador por la mejora de las condiciones de las lavanderas de Pamplona
Tal y como nos ha contado el profesor de Historia Pedro del Guayo en COPE Navarra, murió a finales del siglo XIX sin conseguir su objetivo

Un grupo de lavanderas en la orilla del Arga a su paso por Pamplona
Pamplona - Publicado el
9 min lectura13:42 min escucha
En la sección del profesor de Historia, Pedro del Guayo, en COPE Navarra, hemos conocido quien era Lucas Iguzquiza quien en el siglo XIX y alarmado por la situación de las lavanderas que acudían al Río Arga, decidió iniciar una cruzada para que se les mejoraran las condiciones laborales.
Hace ya muchos años que las lavanderas dejaron de realizar su trabajo a orillas del río Arga. En sus aguas no se ven ya reflejados los rostros de esas sufridas mujeres que vieron pasar sus vidas arrastradas por la corriente. Criaturas fuertes, endurecidas por un oficio que pocas concesiones hacía a la flaqueza.
Su jornada comenzaba con las primeras luces del alba. De oscuros portales todavía durmientes salían cargadas con las ropas de otros. Un saco, una paleta, una caja vacía de sardinas eran sus herramientas de trabajo. Desfilaban hacia el río. Unas en silencio, otras con animada charla. Después de los saludos a los portaleros se encaminaban a su puesto. El Arga les esperaba ajeno al calor, al frío, a las nieves o heladas. Arrodilladas dentro de la caja, con el saco doblado para estar más cómodas, comenzaban su tarea. Manos enrojecidas, espaldas doloridas y la vuelta a sus hogares cargando con el peso de la ropa era el pago a un duro día de trabajo.
Se apoyaban unas en otras. Ese era su mundo. Un mundo en el que podían sentirse libres de las cuatro paredes de sus hogares y de las normas sociales de la época. Mujeres valientes que se enfrentaban a los problemas del día a día con firmeza. Que no tenían pelos en la lengua a la hora de exigir sus derechos. Véase como muestra de todo esto la siguiente carta dirigida al Ayuntamiento de Pamplona:
"Excelentísimo Señor.
Las que suscriben en su nombre y en el de las demás compañeras que constituyen el gremio de lavanderas de esta ciudad con el debido respeto a Vuestra Excelencia exponen.
Que con el mayor dolor ven aproximarse de nuevo el invierno sin que aparezcan señales evidentes de que la corporación toma con interés tan importante establecimiento. Tres años hace ya que las lavanderas de Pamplona esperan la construcción de un triste cubierto donde poder librarse de los rigores del invierno, durante cuyo tiempo han visto perecer a varias de sus compañeras efecto de tener que hacer sus labores a la intemperie. Durante este periodo de los tres años han visto también con pena que la corporación, sin acordarse siquiera de estas pobres víctimas del trabajo, han gastado cuantiosas sumas en adornar la plaza de la constitución con grandes farolas.
¿Quiere decir esto Excelentísimo Señor que las lavanderas no contribuyen como los demás a los fondos municipales? ¿Son acaso hijas espureas de la ley? ¿Es por ventura que piden a la corporación alguna cosa injusta?
Las exponentes creen que nada de esto hay pues lo que quieren es un cubierto con agua para hacer su trabajo que les libre de las inclemencias del cielo y aun esto pagándolo. Es pues de todo punto urgentísimo que la corporación se ocupe de un asunto de tan vital interés, antes que el invierno de 1881 al 82 se lleve a alguna de las que suscriben o de sus compañeras: Por tanto pues a Vuestra Excelencia suplican encarecidamente se digne teniendo en cuenta la triste situación de las lavanderas de Pamplona ordenar la construcción de un lavadero aun cuando fuese de tabla donde las exponentes puedan hacer sus labores con alguna comodidad. Gracia que no dudan obtener de su paternal solicitud.
Pamplona 22 de agosto de 1881.
Antonia Elizalde. Manuela Erbiti. María Ibarra. Severa Labalde. Anselina Velez. Francisca Arrarás. Gabina Ulzurrun. Polonia Goñi. Tomasa Arriaran. Gabriela Yzco. Estefanía Isturiz. Filomena Domende. Celestina Goñi. Concepción Molina. Francisca Esain. Trinidad Lopez. Martina Ripa. Benita Garayoa. Polonia Villanueva. Brígida Zazpe. Antonia Santesteban. Simona Lanz. Teresa Gamboa. Josefa Garralda. Josefa Echarren. Salustiana Galar. Francisca Manterola."
Y es que esa era la realidad a finales del siglo XIX. Aun siendo un oficio necesario, carecían de las mínimas atenciones. Muchas eran las que enfermaban por las condiciones del trabajo. Todo el día con el agua hasta las rodillas y con los brazos mojados, hiciera calor o frio, acababa con la salud de muchas. Su grito de ayuda no fue debidamente escuchado en muchos años. En documentos de 1879 se puede ver cómo el Ayuntamiento intentó buscar una zona propicia para construir un cubierto donde pudieran realizar su trabajo con mayor comodidad. Incluso se estudió la creación de lavaderos con coladores y tendederos al vapor. Pero todos los proyectos caían en saco roto por motivos diversos. Desde los meramente técnicos, hasta algunos más curiosos. Véase el siguiente argumento dado por el arquitecto municipal el 9 de octubre de 1879 para no colocar un lavadero junto a la Puerta Nueva.
"En primer lugar el sitio en mi concepto no es a propósito ni por su situación ni por la cantidad de agua de que pueda disponerse; por su situación porque se coloca a la entrada obligada de esta población una clase que aun cuando digna de mirar por ella, no acostumbra a conducirse con la compostura necesaria para hacer formar buena idea de una población que la pone a la vista de todos los viajeros que vengan a Pamplona."
Entre informes y papeleo pasaban los años y las lavanderas seguían sin disponer de un lugar digno de trabajo.
¿Quién fue lucas iguzquiza?
Lucas Iguzquiza era fabricante de jabón. Nació allá por 1829 y vivía con su mujer Dolores Sainz en el tercer piso del número 21 de la calle Pellejería (actual Jarauta). En 1880 tenía dos hijas: Carmen, de 13 años y Rosario, de 2.
Su oficio hacía que conociera de primera mano la vida de las lavanderas y de esa convivencia nació la voluntad de ayudarlas. Los motivos por los que actuó nos son desconocidos, pero en viejos papeles que descansan en el Archivo Municipal perduran sus sueños.
En septiembre de 1880 presentó un proyecto de construcción de un lavadero de tabla a orillas del río, entre el puente de la Rochapea y la casa de la Señora viuda de Alzugaray. Se rechazó alegando que la construcción en madera pronto se deterioraría y la proximidad al Arga haría que se viese dañado por las crecidas del río.
Tres meses después, el 2 de diciembre del mismo año, presentó otro proyecto de un local bien abastecido en la calle Pellejería. Incluso planificó una cocina para que pudieran, utilizando sus propias palabras, tener alimentos sanos y baratos. Pero de nuevo encontraron fallos a su propuesta. El 2 de agosto de 1881 se le comunicó la negativa a su idea.
Pasaron los años pero Lucas no se rindió. En un documento que escribe al Ayuntamiento el 19 de abril de 1883 podemos leer:
Las lavanderas de esta ciudad, esa clase pobre y desvalida, ha recurrido sin fruto con diferentes exposiciones a esa corporación en demanda de alguna protección a que se creía acreedora; y el que suscribe también de su parte ha presentado también a Vuestra Excelencia proyectos de lavaderos, uno de ellos sin haber conseguido otra cosa que desembolsos y trabajos que esa corporación no ha creído deber reconocer. Los tiempos pasan y las lavanderas ven con ellos desaparecer todas las ilusiones.
Les ofreció levantar una barraca a orillas del río, junto al puente de la Rochapea, pero esta vez en zona más elevada. Y de nuevo obtuvo una negativa por respuesta.
Pero lejos de rendirse y movido por una fuerza imposible de rastrear hoy en día, llegó a ofrecer al consistorio, el 5 de junio del mismo año, la construcción de otro lavadero cubierto con barracón para colandería y cables para tendederos en un local que se encontraba entre Cuatro Vientos y la primera huerta de la Rochapea.
Pero esta vez se comprometió a construirlo él, por su cuenta y riesgo. Lo único que pidió es que el ayuntamiento le concediese el terreno por 25 años y que los ingenieros militares permitieran la creación de dicho edificio, ya que por aquel entonces Pamplona aún era una ciudad de importancia militar y existían firmes normas para la construcción dentro de la zona de seguridad en torno a las murallas. Lamentablemente se encontró de nuevo con una negativa.
En una carta fechada el 22 de noviembre de 1883 se quejaba de que siempre se le negaban los proyectos: Unas veces porque el municipio necesita esos pocos metros de terreno, otras porque se cree que esto perjudicaría los planes de esa corporación para cuando se traigan las aguas y otras por razones que al exponente no le es dado manifestar.
Acto y seguido propuso un nuevo emplazamiento para una barraca de tablas. Esta vez la quiso situar junto al muro de contención de la cuesta que sale del portal de la Rochapea y llega hasta el puente, en la orilla izquierda del río. Alegó que este terreno no se utilizaba para nada. La respuesta del consistorio fue la siguiente:
No se puede acceder a lo solicitado por dicho Sr. Yguzquiza por ser el terreno a que se refiere parte de la escarpa de la fortificación y pertenecer al ramo de guerra. Además la barraca que allí se construyera sería de mal aspecto al ornato público y el jumo que saliera de las chimeneas de la colandería molestaría indispensablemente a los transeúntes de aquella vía. Fue entonces cuando nuestro protagonista se rindió.
Mucho había luchado por conseguir mejorar las condiciones laborales de sus queridas lavanderas y solo había conseguido rechazo y agotamiento. Un cansancio que se apoderaría de él y que le acompañaría el resto de sus días.
En 1886 cambió de domicilio y fue a vivir al segundo piso del número 28 de la calle Curia. Poco duraría la felicidad en esa nueva casa, ya que una bronconeumonía acabó con su vida un 12 de abril de 1887 a las doce y media del mediodía. Tragedia que tiñó de dolor a su familia.
Dolor que aumentó pocos días después, cuando una fiebre tifoidea se llevó a Carmen, su hija mayor, el 29 del mismo mes. Y así acabó la vida de este fabricante de jabón que quiso convertirse en benefactor de un grupo de luchadoras; de un humilde Pamplonés que vio volar todos sus sueños hasta que él mismo dejó de soñar para siempre.
Con el paso de los años, las lavanderas vieron ciertas mejoras en su trabajo. Incluso se construyó un local para que pudieran dejar durante el día a sus hijos menores de cinco años al cuidado de un grupo de religiosas. Se le conoció como el Asilo del Niño Jesús. Pero bueno, esa es otra historia.



