Emigra a La Rioja en busca de una vida mejor y, dos años después, su futuro en España cambia para siempre: "No me lo pensé"
En Rumanía trabajaba en una panadería por apenas 200 euros al mes

Un rumano llega a La Rioja para ser pastor y ahora hace las magdalenas más carismáticas de la región
Logroño - Publicado el
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Uno de cada cinco parados en La Rioja es extranjero, según los últimos datos de la Encuesta de Población Activa. Un dato que habla de las dificultades de muchas personas para abrirse camino lejos de casa. Pero también hay historias que desafían esa estadística. Gregori, rumano de nacimiento pero arnedano de corazón, ha convertido el cierre de una mítica panadería en una nueva oportunidad.
De la panadería en Rumanía al campo riojano
Gregori llegó a España con poco más de 20 años. En su país trabajaba en una panadería por apenas 200 euros al mes. Fue un amigo quien le animó a emigrar. Su primer empleo fue el de pastor. Se dedicó a cuidar ganado en el campo riojano: "Me dijo que aquí, como pastor, podía ganar cinco veces más. Así que no me lo pensé y nos vinimos a La Rioja".
Pero el destino le tenía preparada una vuelta a sus orígenes. Dos años después, Gregori empezó a trabajar en la panadería La Felisa, un pequeño horno artesanal en Arnedo con más de 70 años de historia. Durante 16 años fue uno de los encargados de elaborar el pan, los mantecados y, sobre todo, las famosas magdalenas.

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El secreto de unas magdalenas únicas
Son muchos en Arnedo los que aseguran no haber probado unas magdalenas iguales. José Antonio Abad, el antiguo responsable del horno, descubre cual es el secreto de este manjar arnedano: "Lo que tiene es que llevamos muchos años haciéndolas, ya desde mi abuela. Magdalenas hay muchas, pero lo que tienen las nuestras de especial es el fardelejo y la otra clave está en hacerla en el horno de leña".
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Gregori reaprendió el oficio con mimo. No sabía mucho cuando empezó. Por ejemplo, nos ha contado que la masa tiene su tiempo y hay que respetarlo. Ese respeto por lo artesanal es lo que ha querido mantener ahora, en su nuevo negocio.
Un nuevo comienzo
Hace alrededor de un año, Arnedo tuvo que decir adiós a La Felisa. La falta de relevo generacional y la dureza del oficio forzaron su cierre. Para Gregori, aquel fue un momento difícil. Sintió que perdía una parte de él, un sitio que fue como su casa durante muchos años.

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Pero no se rindió. Tras un año de papeleo, permisos y mucho esfuerzo, abrió su propia panadería: "Mi mujer abre por la mañana y atiende a los clientes. Yo voy dos horas a una fábrica de calzado y por la tarde me pongo con las masas para el día siguiente".
La clientela no tardó en volver. Muchos son antiguos fieles de La Felisa que, nada más cruzar la puerta del nuevo obrador, reconocen el aroma. Se emociona cuando le dicen que huele como antes. Es como si no se hubiera perdido del todo aquella magia.

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Cada día hacen entre 100 y 200 euros, lo justo para ir tirando y seguir creciendo poco a poco: "A veces se hace muy duro, pero es nuestro propio negocio. Y cada pan, cada magdalena, cada mantecado, cada dulce que elaboramos es también una forma de agradecer a esta tierra, a Arnedo, todo lo que nos ha dado".