Un emocionado Carlos Molina revive en Logroño su tenso viaje para salir de Ucrania
El exjugador del Club Balonmano Logroño reconoce que ha vivido una situación "muy dramática" que "todavía tiene que asumir" y que no le desea "a nadie"

Carlos Molina, jugador de balonmano
Madrid - Publicado el - Actualizado
2 min lectura
El exjugador del Club Balonmano Logroño, Carlos Molina, que quedó atrapado en Ucrania una vez comenzó la invasión rusa, ya está en La Rioja tras vivir toda una odisea antes de poder llegar a la frontera de Polonia junto a sus compañeros -el lituano y también exjugador del Balonmano Logroño, Aidenas Malasinskas, y el bielorruso, Viachaslau Bokhan. Ayer jueves pudo reencontrarse, por fin, con su mujer y su hijo, en Santo Domingo de la Calzada.
Carlos Molina, jugador del Motor Zaporozhye ucraniano, ha contado hoy, en Logroño, su terrible experiencia y ha afirmado que él no es ningún héroe, sino un afortunado. Sí ha calificado como héroes a todas esas personas (ancianos, mujeres y niños) que andaban 50 kilómetros para salir de Ucrania con temperaturas de 10 grados bajo cero, y a los que se han quedado para luchar por su país.
Al final, en una comparecencia ante los medios de comunicación de La Rioja, le ha podido la emoción. "Mi única visión era salir de Ucrania. He visto las lágrimas de muchos padres cuando tenían que dejar a su mujer y a sus hijos y ha sido muy impactante", ha explicado.
Según Carlos Molina, el peor momento lo vivió a unos 22 kilómetros de Polonia, sintiéndose sólo y abandonado. "Pasaban las horas, pero no había una solución real así que, en ese momento, mi compañero lituano tuvo la suerte de hablar con su embajada y le comunicó que había otro compañero de su país a 5 kilómetros de la frontera. Lo que le propuso fue que nos pusiéramos en contacto con él e irnos juntos. Pero para ello había que hablar con los miembros de los controles de seguridad, que había cada dos kilómetros para que no se colasen los coches, ya que las preferencias son niños, mujeres y ucranianos, mientras que a los extranjeros prácticamente no nos hacían caso", ha relatado Carlos Molina.
Ante esta situación, reconoce, "la solución que se nos ocurrió fue comprar a los miembros de los controles de seguridad y les dijimos que si nos llevaban hasta allá les dábamos los coches. Así fue y en 10 minutos estábamos ya a 5 km de la frontera. Les dejamos los coches, nos montamos con el compañero lituano, que no conocíamos de nada sobre las doce de la noche y, finalmente, sobre las tres y cuarto ya estábamos en Polonia".