Para los hijos del barro, la Cartuja es su Mestalla
El RCD Mallorca vuelve a perder una final en los penaltis como hace 26 años. Junto al Atlético son los únicos clubes que han perdido dos finales desde el punto fatídico

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Mallorca - Publicado el - Actualizado
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Los hijos del barro ya tienen su Cartuja, que es tanto como decir su Mestalla, que es tanto como decir que ya han vivido lo mismo que sus padres y abuelos. La derrota en los penaltis ante el Athletic en la final de la Copa del Rey 2024 guarda paralelismo con lo ocurrido hace 26 años en Mestalla. La diferencia es que aquella final parecía ganada por el Mallorca en los penaltis y esta no dio buenas sensaciones desde el tiro de Morlanes detenido por Agirrezabala.
Esta generación de jóvenes mallorquinistas ha perdido su final de la Copa del Rey, una final en la que el RCD Mallorca de Aguirre llevó al límite al Athletic de Valverde, una final en la que el Mallorca hizo el ejercicio de resistencia que todos esperaban, no tan brutal como el del 98 (con dos jugadores menos aquel día) pero igualmente espartana.
Si alguien se imaginaba esta final entre el Athletic y el Mallorca era algo así, con el Athletic tratando de llegando en oleadas por fuera y el Mallorca cómodo en su defensa, colocando bien su cuerpo como un púgil fuerte, listo y ágil, cómodo sin recibir golpes duros y esperando soltar su contra y derribar al adversario en la lona. El Athletic estuvo desquiciado por momentos, fuera del partido, con su increíble hinchada enmudecida, noqueada, desconertada tras el gol de Dani Rodríguez. Pocos como Dani plasman la evolución de este Mallorca, de este ciclo, Raíllo, Abdón, Valjent y Dani. Y fue precisamente a pase del capitán Raíllo, listo y hábil para ver a su compañero.
La final estaba donde quería el Mallorca, sufrir iban a sufrir porque el Athletic tarde o temprano acabaría conectando a sus flechas, sobre todo Nico Williams, el hombre de la final, pero luego podía aparecer la calidad de Galarreta, Sancet, Iñaki, Guruzeta o la experiencia de Berenguer, Raúl etc. En ese momento, Aguirre reequilibró la contienda pasando del 5-3-2 al 5-4-1, piernas frescas con Antonio y Morlanes.
Mientras, Samú estaba en todas partes, los del Athletic habrán soñado con el portugués porque le veían por todas partes pero sólo era un jugador, no tenía Samú Costa a ningún doble en el césped. Si alguien ha echado en falta en el césped esta final es al goleador de la Copa, Abdón Prats. Sus imágenes de la final son calentando, hablando con Aguirre ante la posibilidad de quedarse fuera por las lesiones de los defensas, (como así ocurrió) Valjent, Copete y Lato. Y después las lágrimas. Abdón es la imagen del corazón mallorquinista y las lágrimas de esta final. Morlanes es la otra imagen. Desconsolado. Bajo el precioso azul turquesa, no es color bermellón (no podía ser) pero también es mar de Mallorca, Abdón era pura emoción, lágrimas mirando al frente, a su gente, sin decir una palabra. No hacía falta, las lágrimas hablaban por Abdón y por miles de mallorquinistas que ven en él su pasión por el Mallorca. Abdón ha sido el hombre de los momentos importantes en los últimos años, el hombre también de la Copa, no ya por ser máximo goleador, su gol al Girona quedará para el recuerdo, y quizá que no participara en la final para algunos será la señal de la derrota.
Ganar una final y ganar una Copa, un título es ganar la gloria, pero perder al estilo del Mallorca, en la épica, es ganar el corazón de la afición. Por ello, esta derrota en los penaltis refuerza el orgullo de los mallorquinsitas, que querian la Copa, que se movilizaron por aire, mar y tierra para estar en Sevilla, que gastaron lo que no podían seguramente muchos para estar ahí. Y gastaron demasiado porque el fútbol se pone cada vez más difícil para el bolsillo de la gente, se movilizaron también en la isla los que se quedaron.
En La Cartuja eran menos, muchos, muchos menos que esa marea rojiblanca del Atlhletic, pero eran una inmensa minoría que cantaron el himno del Mallorca y se hicieron notar, que corearon el himno de España y se hicieron notar, que vibraron y que lloraron. Lo vieron muy cerca.
Y así fue como los hijos del barro del que viene este RCD Mallorca que hace siete años estaba en Segunda B, han moldeado la figura de un corazón con el escudo del Mallorca. Los mallorquinistas no sabían cuando volverían a una final, por eso se ha tomado como un regalo, como una ocasión, como una fiesta, como una oportunidad. No hay derrota sino orgullo. Ser del Mallorca es abonarse al sufrimiento, "passar pena", así ha sido siempre pero no hay nada más fuerte que una a esta tierra. No hay mayor movimiento social o de cualquier otra índole en la isla que sea capaz de unir intergeneracionalmente a los mallorquines, sean nacidos o no en la isla, que el RCD Mallorca. El club ha recuperado a su afición, o la afición ha recuperado a su club.
Vivió sus colpasos el Mallorca como todo club de fútbol que haya perdurado en el tiempo, y parecía entonces que algo moría con aquel colapso institucional, económico y sobre todo deportivo que llevó al club hasta la Segunda B. Venía el Mallorca en caía libre y parecía que sólo los fieles lo resistirían, que sólo los mallorquinistas de toda la vida seguirían pero no fue así, miles de jóvenes desarrollaron más sentido de pertenencia y supieron que dependía de ellos. Estaban en la miseria pero era su miseria, su Mallorqueta.
Creyeron y les fue dado. Bienaventurados aquellos que quisieron al RCD Mallorca en la adversidad, aquellos que no le dejaron solo en la oscuridad, cuando no se veía horizonte, porque se verán recompensados. Esta semana irán orgullosos a ver si su equipo otra vez se comporta como un grupo de honderos mallorquines rechazando una invasión. Y los hijos del barro mirarán a la cara recordarán a todo el mundo que vienen del infierno para tocar el cielo.