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Adiós a Jaume Pedrós, el masajista eterno

Fallece a los 86 años una persona muy querida por aquellos que le trataron durante tres décadas en el RCD Mallora. Recibió la insignia de oro y brillantes del club

Adiós a Jaume Pedros, el masajista eterno

RCD Mallorca

Jordi JiménezPalma

Tiempo de lectura: 3'Actualizado 10:40

Se ha ido de forma inesperada. A pesar de su avanzada edad estaba más que activo, hace cinco días estaba comiendo con los veteranos del RCD Mallorca, por lo que su muerte ha impactado en los ambientes bermellones y especialmente entre los ex jugadores.
Nunca perdió el contacto con los veteranos, representaban para él su nexo de unión con lo que fue, con lo que vivió, con su vida.
En los ex jugadores del Mallorca veía su vida pasar, veía sus manos tratando aquellos cuerpos doloridos por los golpes y el barro en un fútbol mucho más precario de medios.

Jaume Pedros era el masajista, así sin más. En aquella época apenas había cuerpos médicos, fue hacia el final de su etapa cuando ya en el Mallorca había además de médico fijo, recuperadores o fisioterapeutas, instalaciones adecuadas... Pero durante muchos años no había mucho más que un médico que iba cuando podía o si había una urgencia y el masajista que era quien velaba por esos jugadores.

Por su camilla pasaban todos, cada uno hijo de su padre y de su madre, cada uno con sus cosas, cada uno con sus ilusiones y frustraciones. Y él escuchaba, quizá orientaba en alguna cosilla si se lo pedían. Él oía, veía y callaba, como le gustaba recordar. El mayor patrimonio que tiene un empleado de los que trabajan con futbolistas es su silencio.

Especialmente cuando los jugadores hablan de sus cosas, ahí no son bienvenidos oídos ajenos, por muy cercanos que sean. Y eso que Pedrós recordaba que los jugadores querían tenerle cerca hasta cuando hablaban de sus cosas. Pero él no quería, no vaya a ser que alguien piense que se va de la lengua.

Sólo así se explican 33 años de servicio en un vestuario, sólo con la lealtad, el silencio y el buen talante, siendo un apoyo para los jugadores puede alguien sobrevivir en el volátil mundo del mundo en los vestuarios por los que pasan tantos jugadores. A Pedrós le pesaba que el Mallorca perdiera su alma, no aceptaba que se despersonalizara el Club, que prescindiera de personas que querían tanto al club, como decía en una entrevista a Última Hora en 2018, lamentó muchísimo el despido de personas que él consideraba de alguna forma continudadores de su labor en el club, como César Mota, masajista que había crecido en el Luis Sitjar, y José León, utillero y ex jugador de la cantera del club.

Pedrós se rebelaba contra la injusticia quizá porque las había vivido de todos los colores y valoraba la lealtad por encima de todo. No se fue del Mallorca ni cuando no cobraban, no denunció por impago y siempre quiso continuar esperando que todo se arreglara. Porque ho yen día cuesta asumir cuál era la realidad de aquellos años 70 e incluso 80. Un Mallorca en el que no había casi de nada, no llegó ni a haber luz y agua, llegó a ver un encierro de futbolistas porque no cobraban.

No, nada que ver con lo de hoy. Aquel Mallorca era un club precario, no había de nada. Las personas de a pie que hacían que algo siguiera funcionando trataban el club como su casa, tenían que sacar adelante la familia y lo hicieron. Pedrós siempre se acuerda de Tomás Jaume, que pagó varios desplazamientos porque no había billetes.

Pedrós continuó su trabajo cuando llegó la época de abundancia con el desembarco del Grupo Zeta y Antonio Asensio en 1996, aquel proyecto para subir a Primera División. De las viejas oficinas del Luis Sitjar que casi se caían se pasó a presentaciones en hoteles de 5 estrellas. Todo había cambiado. Y ahí seguía Pedrós, con su trabajo con los jugadores y su vitalidad. Aunque nacido en Catalunya, en Lleida, y sin perder su dicción catalana, Pedrós era mallorquín de adopción con todas las de la ley, no hubiera defendido más al Mallorca un señor nacido en Sencelles, Manacor o Palma que Pedrós.

Con él se va un Mallorca de otra época, uno de los rostros imprescindibles de aquel Mallorca del Siglo XX. Hoy su rostro no es familiar, no tiene que ver con el Mallorca de este siglo, pero no falta en ninguno de los posters que coleccionan los mallorquinistas más vintage o románticos. Así está siempre él con su bigote y su destacada figura. El señor que siempre trataba con amabilidad a habituales y recién llegados. La insignia de oro y brillantes que le entregó Mateo Alemany en 2001, justa y merecida, pero que es imposible que resuma 33 años de Real Mallorca.
Descanse en paz.

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