Cumple sobradamente con las expectativas que despertó entre los fans de Marvel esta esperada película dedicada a la figura femenina estelar de Los Vengadores. Se adentra en su pasado a través de una trama con elementos propios del cine de espías clásico, concretamente de las intrigas sobre la Guerra Fría. Además, acierta a encajar de manera coherente el vigésimo cuarto largometraje de este universo de superhéroes.

Siendo niña, Natasha Romanoff vivió en Ohio con una familia falsa, aunque muy unida. Formaba parte de la tapadera diseñada por la Unión Soviética para que Alexei Shostakov, el Guardián Rojo, pudiera sustraer unos datos secretos de los Estados Unidos. Tras huir precipitadamente del país y regresar a Rusia, fue sometida a un severo programa de adiestramiento junto a otras jóvenes, bajo la supervisión del General Dreykov, que consiguió controlar la mente de sus pupilas. Años después, su mejor alumna está dispuesta a acabar con tan perversa organización, pero por fortuna contará con la ayuda de los suyos.

Superada la vibrante introducción, el guion se preocupa de dotar de consistencia argumental al film enriqueciendo la caracterización de los personajes. No solo aborda con detalle la descripción emocional de la Viuda Negra, sino que ese loable trabajo tiene continuidad en quienes le rodean. Sale particularmente bien parada su hermana Yelena, llamada a darle el relevo en un futuro.

No descuida por eso, las secuencias de acción, que dosifica debidamente a lo largo del metraje. Sin embargo, cuando irrumpen lo hacen con fuerza, poniendo de manifiesto los medios y el ingenio volcados a la hora de diseñar esos pasajes trepidantes que esconden detalles sorprendentes.

Los efectos especiales, incluso en el clímax final, se han aplicado con la contención precisa, de forma que redondean el espectáculo sin abusar de los excesos.

Scarlett Johansson vuelve a encarnar a Natasha Romanoff. Si contamos su cameo en Capitana Marvel (2019), esta es la novena vez que la interpreta al personaje. Además, también es productora de la película. No obstante, tuvo problemas con Disney porque parte de sus emolumentos dependían de los ingresos en la taquilla y la productora al poco tiempo del estreno incorporó la película a su plataforma de televisión.

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Le acompaña la británica Florence Pugh, quien, pese a su juventud, solo 25 años, ya ha destacado notablemente en películas como Mujercitas, Midsommar y Lady Macbeth.

David Harbour, el rocoso actor que encarnó a Hellboy en la versión de 2019 y habitual de la serie Stranger Things, aquí aporta a su papel de agente implacable unos acertados matices cómicos.

Durante una vibrante persecución por las calles de Budapest, una de las asesinas que persigue a las hermanas protagonistas conduce una moto CCM Spitfire de 2017, una moto muy exclusiva.

Hay que decir que CCM son la siglas de la empresa Clews Competition Machines (máquinas de competición Clews), y es que el fundador fue Alan Clews, un ingeniero de la empresa BSA que tenía el proyecto de hacer una moto de competición ligera y ágil, justo cuando la compañía eliminó su departamento de carreras. Así que se independizó en 1971 y fundó su propia empresa en Bolton, Inglaterra.

Compró a bajo precio muchas de las piezas que se desecharon de su antigua compañía y comenzó a construir motos en su propio garaje. Empezó a tener éxito con motores de cuatro tiempos y a ganar carreras de la mano del piloto John Banks. En los años 80 ya producía 3.500 unidades al año, incluso fabricó bicicletas motorizadas para el Ejército británico.

Fue en 2016 cuando se presentaron los primeros prototipos de la Spitfire, un modelo fabricado artesanalmente y de estampa clásica o retro, que empezó a comercializarse en 2018; si bien la mayoría se venden en Reino Unido. También la marca ha logrado crear una red de asistencia a lo largo del país que se encarga del mantenimiento de sus motos. No obstante, a partir de 2020 se comenzaron a exportar algunas unidades a otros países europeos, como España.

La razón por la que es tan limitada esa venta exterior es porque las normas de homologación medioambiental de la mayor parte de países continentales son diferentes y eso obliga a realizar algunos ajustes mecánicos.

Con un motor monocilíndrico de 600 centímetros cúbicos y 6 velocidades, de inyección electrónica y refrigerado por agua que da una potencia de 55 CV, más que suficientes para mover con soltura a una moto que pesa unos escasos 135 kg en seco. Cuenta con un depósito de 14 litros.

El chasis tubular es de acero, mide 2,11 de longitud y la altura del asiento se sitúa a 83 centímetros.

Los precios de una Spitifire, según modelos, oscilan de los 12.000 a más de 20.000 euros.