El día que España perdió mirar al futuro y dejó de confiar en sus inventores: se perdió todo lo que quedaba
Es la metáfora de un país que, demasiadas veces, desprecia a sus propios genios mientras otros se aprovechan de sus ideas.

El submarino eléctrico pudo haber cambiado el resultado de las batallas navales en las que participó España
Barcelona - Publicado el
5 min lectura
Si hay una historia que ejemplifica cómo España ha dejado escapar oportunidades históricas por falta de visión política y de inversión tecnológica, esa es la del submarino de Isaac Peral. Este marino cartagenero, científico y adelantado a su tiempo, logró en 1888 poner a flote un ingenio que podía haber cambiado por completo el curso de la guerra naval.
Pero la ceguera de las autoridades, la envidia de algunos compañeros de armas y la apatía de un Estado más preocupado en sobrevivir al día a día que en mirar al futuro, condenaron a la invisibilidad un invento que hoy todos asociamos con potencias navales como Estados Unidos, Alemania o Rusia.

Isaac Peral demostró la funcionalidad del submarino en el ámbito de la guerra naval
Peral y el primer submarino moderno
Isaac Peral no fue el primero en soñar con navegar bajo el agua. Décadas antes, el catalán Narcís Monturiol había sorprendido con su Ictíneo II, un submarino a vapor que navegó en 1864 y que ya demostraba la utilidad de moverse en silencio bajo la superficie. Monturiol, visionario y humanista, pensaba en aplicaciones civiles: rescates, exploración de fondos marinos, incluso labores pesqueras. Pero sus ideas no recibieron apoyo del Gobierno y acabó arruinado.
Peral, en cambio, lo enfocó desde lo militar. Consciente de la debilidad de la Armada Española frente a potencias que dominaban los mares, ideó un submarino eléctrico, equipado con torpedos, capaz de desplazarse bajo el agua y atacar sin ser visto. Una auténtica revolución. Su prototipo, probado con éxito en la bahía de Cádiz, dejó boquiabiertos a todos los que asistieron. Funcionaba, y no era un sueño de laboratorio: era un arma real y operativa.
El propio Gobierno español, en lugar de apostar por la invención, se encargó de frenarla
El desprecio oficial
Y aquí llega la parte más amarga. El propio Gobierno español, en lugar de apostar por la invención, se encargó de frenarla. En los pasillos del poder se mezclaban la envidia, el miedo a lo desconocido y la incapacidad de pensar en clave estratégica. Muchos oficiales no podían aceptar que un joven marino hubiese creado algo que podía poner en jaque siglos de tradición naval.
El proyecto se enterró. Peral fue apartado, sus planos olvidados y su figura prácticamente borrada del relato oficial de la Marina. España, en un acto de ceguera histórica, dejó pasar el tren de la innovación y perdió la posibilidad de convertirse en pionera en la guerra submarina.

Noticia de la demostración naval del primer submarino eléctrico
¿Y si España hubiera dicho “sí”?
Es legítimo preguntarse qué habría pasado si el submarino de Peral se hubiese desarrollado y multiplicado en los astilleros españoles. El escenario cambia radicalmente al mirar hacia 1898, año de la guerra hispano-estadounidense.
España llegó a esa contienda con una Armada envejecida, obsoleta y con escasa capacidad para enfrentarse a la modernísima flota norteamericana. El resultado ya lo conocemos: un desastre que liquidó las últimas colonias del Imperio, con Cuba, Filipinas y Puerto Rico como principales pérdidas.
Cavite: un combate distinto
En la bahía de Manila, la escuadra del almirante Montojo apenas pudo resistir el ataque de los acorazados norteamericanos. Los barcos españoles eran lentos y mal armados, y fueron reducidos a escombros en pocas horas.
Pero imaginemos que en esas aguas se hubiesen ocultado varios submarinos Peral. Bastaba con que uno o dos lanzaran torpedos contra el buque insignia de Dewey, el USS Olympia, para que el combate se hubiese convertido en un desastre… pero para Estados Unidos. La moral de los marinos americanos habría caído en picado al comprobar que sus acorazados podían ser hundidos sin aviso previo. Manila, al menos durante un tiempo, podría haberse defendido.

Isaac Peral saludando desde el balcón del hotel Embajadores
Santiago de Cuba: la gran trampa invisible
La otra gran batalla naval del 98 fue en Santiago de Cuba. Allí, la escuadra del almirante Cervera salió al mar en un acto casi suicida, consciente de que no tenía nada que hacer frente al bloqueo estadounidense.
Los barcos españoles fueron hundidos uno tras otro. Pero con submarinos ocultos en la boca del puerto, la historia sería otra. Al emerger de noche o desde las profundidades, podrían haber lanzado torpedos contra los cruceros enemigos, obligando a la flota estadounidense a retirarse o a moverse con extrema cautela. Quizá Cervera no hubiese tenido que sacrificar su escuadra, y la guerra habría ganado semanas o meses decisivos.
Un arma psicológica
Más allá de la eficacia bélica, el submarino habría tenido un impacto psicológico devastador. En 1898, ningún país había visto algo similar en combate. La sola posibilidad de que una flota invisible patrullara los mares habría hecho que Estados Unidos, y también otras potencias, pensaran dos veces antes de provocar a España. Incluso un Imperio en decadencia puede imponer respeto si tiene armas que los demás no poseen.

Imagen de la época del submarino de Peral
Un país que tropieza siempre con la misma piedra
El caso de Peral es mucho más que la historia de un inventor maltratado. Es la metáfora de un país que, demasiadas veces, desprecia a sus propios genios mientras otros se aprovechan de sus ideas. Monturiol primero, Peral después… y cuántos más después de ellos. España tenía en sus manos el arma que un par de décadas más tarde revolucionaría la Primera Guerra Mundial con los submarinos alemanes, y, sin embargo, lo dejó escapar.
Lo más doloroso es que esa ceguera no solo le costó prestigio, sino también vidas y territorios. La falta de visión estratégica convirtió a España en un actor de segunda fila en el tablero mundial, incapaz de aprovechar las oportunidades que la ciencia y el talento de sus propios ciudadanos le habían puesto delante.
El legado silenciado
Hoy, más de un siglo después, la figura de Isaac Peral empieza a recibir el reconocimiento que merece. En Cartagena, su ciudad natal, se conserva su submarino en un museo como símbolo de lo que pudo haber sido. Narcís Monturiol también empieza a ocupar el lugar que le corresponde en la memoria tecnológica del país. Pero ambos inventores son, a la vez, recordatorio y reproche: el ejemplo claro de cómo el desprecio oficial a la innovación puede marcar el destino de toda una nación.
España tuvo la oportunidad de adelantarse a todos en la carrera tecnológica naval. Tenía el arma del futuro, pero decidió guardarla en un cajón. El resultado lo conocemos: derrota, pérdida de poder y un lamento histórico que todavía resuena cuando pensamos en lo que pudo haber sido y no fue.