Manoli, residente de la Casa de la Beneficencia: "Gracias a estar aquí, a lo mejor estoy viva"
A sus 83 años, Manoli resume con emoción el espíritu de la institución vallisoletana con más de dos siglos de historia, donde la vocación y el cariño convierten cada día en un hogar

Nos adentramos en la Casa de la Beneficencia para conocer de primera mano como trabajan
Valladolid - Publicado el - Actualizado
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En pleno corazón del campus universitario de Valladolid se encuentra un edificio lleno de historia y humanidad: la Casa de la Beneficencia, una institución con más de 200 años de trayectoria dedicada al cuidado de las personas mayores. Su director, Nicolás Díez, lo define con orgullo: "No somos una residencia al uso. Somos un hogar donde cada persona importa".

Entrada principal a la Casa de la Beneficencia
El edificio, con 10.000 metros cuadrados, fue construido hace medio siglo y ofrece amplias habitaciones, salas para terapias, cafetería propia y zonas comunes pensadas para el bienestar. Pero lo que realmente distingue a este inmueble no son sus grandes instalaciones y jardines, sino quienes la llenan de vida: los 77 trabajadores que, con vocación y entrega, acompañan día a día a los más de 170 residentes.
"El patrimonio que tiene esta casa es su personal", afirma Nicolás. "El mejor edificio con mal personal no vale para nada, pero el peor edificio con buen personal puede ser la mejor residencia". En la Casa de la Beneficencia, la profesionalidad se mezcla con el afecto. Todo el personal, desde auxiliares hasta cocineros, trabajan con el objetivo común de que cada mayor se sienta como en su propia casa.
La atención se personaliza según las necesidades de cada residente. En las tres plantas del edificio conviven personas con distintos grados de autonomía. "Tenemos gente con más de cien años que aún se hacen la cama", cuenta el director entre risas.
Las jornadas están llenas de vida: gimnasia, música, bingo, dibujo, manualidades, paseos por el jardín... Todo pensado para mantener cuerpo y mente activos. "Cuándo están entretenidos, están felices", dice Díez.

Casa de la Beneficencia, Valladolid
Y si alguien sabe de felicidad recuperada, es Manoli Marcos, residente desde hace cuatro años. "Gracias a estar aquí, a lo mejor estoy viva", confiesa con la serenidad de quien ha encontrado su sitio. Llegó con andador, enferma y cansada. Hoy participa en todas las actividades y disfruta de la convivencia. "Desde por la mañana hasta la noche tenemos algo que hacer. Aquí tenemos de todo. Solo nos falta la piscina", bromea.
"Es el cariño lo que hace que esto sea un hogar de verdad"
Director de la Casa de la Beneficencia
Detrás de cada sonrisa hay un equipo atento a cada detalle, capaz de detectar una pequeña rojez o un cambio de ánimo antes de que se convierta en un problema. En esta casa, la paciencia y la ternura son herramientas de trabajo. "Es el cariño lo que hace que esto sea un hogar de verdad", resume el director.
La Casa de la Beneficencia de Valladolid demuestra cada día que la vejez no es un final, sino una nueva etapa que puede vivirse con dignidad, alegría y compañía. Y en palabras de Manoli, quizá también una nueva oportunidad para seguir viva.