13 en casa, confinados y con coronavirus: “Te das cuenta de lo importante que es la familia”
Tres lavadoras al día, higiene máxima, fe y buen humor se han convertido en la rutina diaria de esta familia vallisoletana, afectada por el COVID-19

Irene, madre de una familia numerosísima afectada por el COVID-19
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“Escuchar misa a las ocho y media de la mañana nos da la vida”. Así comienza el día en casa de Irene Gervás. “Si no lo hacemos”, confiesa, “parece que las estrellas ya no se alinean”. Y el día “nos sale del revés”.
Y es que no es fácil que se alineen los astros en casa de esta familia vallisoletana desde el pasado 14 de abril, cuando se decretó el Estado de Alarma. Irene y su marido tienen 11 hijos, de entre 18 meses y 14 años.
Lo tenían “todo previsto”. En los días previos a decretarse el confinamiento, según ha relatado a su paso por Herrera en COPE Valladolid esta madre de familia numerosísima, habían ido “tres veces” al supermercado. Las arcas estaban “llenas”. Pero todo se fue “al traste”, horarios y planes incluidos, cuando un nuevo inquilino apareció en casa: el COVID-19.
Fue la propia Irene la que comenzó a sufrir dolor de cabeza y de ojos ese mismo sábado. Inicialmente pensó que sería algo “psicológico”, fruto de la “tensión” del momento. Dos días después cayó en cama. Se encontraba muy mal, pero “me resistía a pensar que lo tenía”. La presión familiar y su médico de familia la “obligaron” a someterse al test de detección del coronavirus. En apenas 24 horas llegó el resultado: positivo.
Saltaron, entonces, todas las alarmas en esta casa donde, asegura Irene sin perder la sonrisa, se “sobrevive”. El aislamiento en una única habitación de la casa, recomendado para pacientes con COVID-19, no era una opción para ella. “Es imposible”, afirma. “Yo no puedo abandonar a mis hijos” y que por su cuenta preparen comidas, hagan deberes y se mantengan aseados.
Lo previsible era que el resto de la familia se contagiara, y así fue. Irene y su marido siguen “muy malitos”. De hecho, no han dejado de tomar aún paracetamol. “Han sido días muy intensos”, reconoce. Sus hijos están mejor. Aunque, aquellos en edades comprendidas entre siete y 11 años, ha observado algunos síntomas distintos. En concreto, vómitos “repetitivos” y “fuertes” dolores de barriga. “Lo bueno”, se consuela Irene, es que remitieron en 24 horas y no tardaron en recuperar el apetito y la sonrisa.
En las pequeñas treguas que les da el coronavirus mantienen la casa “como podemos”. Es una enfermedad que requiere “muchísima higiene”, explica Irene. Lo que les obliga a “repasar con lejía” cada utensilio que utilizan. Por no hablar de las lavadoras: “un mínimo de tres diarias”.
Irene y su familia llevan casi dos semanas sin salir de casa. La nevera consiguen mantenerla llena “gracias a nuestra familia”. Como si del Día de Reyes se tratara, a diario aparecen “cestas de Navidad” que dejan sus allegados en el garaje y que recoge “enguantado” uno de sus hijos.
Fe y familia
“Claro que hay una parte positiva”, no duda en afirmar Irene cuando se la pregunta si han sacado algo de bueno de su situación. “Te das cuenta de lo importante que es la familia”, explica. Pero también “nuestros mayores, que parece que estaban olvidados y, ahora, nos damos cuenta de todo lo que los queremos y que no queremos que se nos mueran”. Y, sobre todo, “lo importante que es estar con tus hijos”. “Tenemos que aprovechar este tiempo”, concluye.
Como a tantos otros profesionales sanitarios, a Irene le acompañó el temor de llevar la enfermedad a casa. En los días previos a la cancelación de las clases presenciales “dudaba muchísimo” sobre si llevar, o no, a sus hijos al colegio porque “no tenía donde refugiarme”. Para ella ha sido de ayuda “abandonarse un poco en las manos de Dios”. Es consciente de que esto “suena muy fuerte”. Pero “al final va a ser lo que él quiera también”. A sus colegas de profesión les anima a “rezar en familia” y a que “si se pasa el virus, intentar llevarlo lo mejor posible”.