El sector de los servicios y en concreto la hostelería ha sufrido directamente los devastadores efectos de la crisis de la pandemia. El 40% de los hoteles, bares, cafeterías y restaurantes de Salamanca han tenido que cerrar sus puertas definitivamente a lo largo del año de la pandemia. Los pocos negocios que no han caído en la quiebra subsisten a duras penas adaptando los locales a las exigencias que marcan las autoridades sanitarias.

La mayoría de estos empresarios, han realizado importantes inversiones para poder desarrollar su actividad en el exterior de los locales cuando se ha impuesto la prohibición de trabajar en el interior. Han modificado su mobiliario para adaptarse a los aforos y acatado los horarios de apertura y cierre establecidos. Se han acogido a Expedientes de Regulación de Empleo para conseguir mantener a su plantilla “con la esperanza de una llegada de tiempos mejores”, que sigue dilatándose en el tiempo. Siguen esperando también las ayudas económicas prometidas por la administración pública, que se siguen posponiendo y aún finalizado el Estado de Alarma, siguen temiendo que se incremente la incidencia del coronavirus, porque esto supondría volver a soportar nuevas restricciones.

La hostelería es motor de economía en la provincia de Salamanca, esencialmente por la afluencia de un turismo, que también se ha visto reducido a mínimos históricos al mantenerse cerrada la libre movilidad a causa del Estado de Alarma.

Las concentraciones masivas de público que el pasado fin de semana han protagonizado numerosos grupos de ciudadanos, sin mantener las normas de distancia social o el uso de mascarilla higiénica, además de incumplir la normativa de beber alcohol en la vía pública, mantienen al sector desolado. Hosteleros como José Luis Valencia gerente de un negocio de restauración en la capital salmantina, lamentan lo vano del esfuerzo realizado por su colectivo durante la pandemia y la actitud insolidaria e irresponsable de algunos vecinos.