Los antiguos plateros de Jaca: los orfebres que llenaron de arte las romerías del Alto Aragón
Un viaje al siglo XV revela la historia de los maestros de la plata que forjaron las cruces procesionales más emblemáticas de la Jacetania

Juan Carlos Moreno, asociación Sancho Ramírez
Jaca - Publicado el
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En pleno corazón del Pirineo aragonés, Jaca no solo fue una ciudad de reyes y moneda, sino también un importante centro de orfebrería medieval. En los siglos XV y XVI, los plateros —o argenteros— dejaron una profunda huella artística y religiosa, forjando con sus manos auténticas joyas: las cruces procesionales que aún hoy presiden romerías como la de Santa Orosia.
Según los documentos históricos conservados, los primeros plateros de Jaca fueron artesanos itinerantes que llegaban desde tierras lejanas, como Hugo de Holanda y su esposa Teresa, quienes en 1445 recibieron el encargo de crear una cruz procesional para Ulle de plata y latón, por la notable suma de 100 sueldos. Años más tarde, su trabajo fue continuado por otros maestros como Antón de Montblanche, natural de Borja, que elaboró piezas para Santa Ingracia y la Catedral de Jaca.
Pero fue Pedro de Sobrecasas, procedente de Morlaás (Francia), quien marcó un punto de inflexión: instaló el primer taller fijo de platería en Jaca, convirtiéndose en el referente local hacia finales del siglo XV. Junto a él trabajaron otros nombres destacados como Miguel de Naval y Miguel de Villanueva, responsables de obras para pueblos como Ruesta, Artieda o Sallent de Gállego.
Estas cruces procesionales no eran simples objetos litúrgicos: representaban el emblema religioso de cada pueblo, del mismo modo que los blasones simbolizaban su identidad civil. Durante las romerías, cada comunidad lucía su cruz con orgullo, y la belleza o riqueza del trabajo del platero se convertía en un motivo de sana competencia entre localidades vecinas.
A lo largo de los siglos, muchas de aquellas obras se perdieron o fueron sustituidas, pero el legado de los plateros medievales de Jaca sigue vivo en la tradición, en los documentos y en la devoción que cada año recorre las calles con las cruces procesionales.
La historia de estos artesanos —que unieron arte, fe y metal— nos recuerda que la identidad jacetana se forjó también al calor del yunque