OPINIÓN

Ad Libitum con Javier Pereda. Hoy: Alejandro

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Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Hace unos días Alejandro —conocido en el mundo de la moda femenina por la firma que lleva su nombre—partía hacia la meta definitiva. Seleccionaba las prendas de fabricantes y diseñadores, porque era partidario de vestir a la mujer de forma elegante, con estilo y buen gusto. Poseía un don natural y una gran sensibilidad para adelantarse a las tendencias. Aprendió esta profesión de generaciones anteriores, que se dedicaban a la venta textil; con su carácter innovador le dio al negocio una impronta personal. Ahora, dos de sus hijos, la cuarta generación, tienen el reto de superar el listón que ha dejado su maestro.

Parte del éxito se debe a la simpatía innata, al entusiasmo desbordante y a la seguridad que transmitía a los clientes, avalada por la calidad y el vanguardismo en la ropa y complementos. Para conseguir liderar la moda jienense tuvo que trabajar con ahínco y recorrer algunas capitales de la moda, como París, Milán, Roma, Londres y Barcelona (en esta última realizó constantes viajes); un proveedor de Bilbao le suministraba vestidos de la India. Con bonhomía, honradez y amor apasionado a su trabajo, se ganó la confianza de los comerciantes catalanes, aspecto que le ayudó a afrontar la crisis económica de los 90. Por el trabajo bien hecho fue posible competir con las multinacionales del sector. Comenzó con la tienda en la Plaza de la Constitución, luego en la Plaza de San Francisco y en la Avenida de Andalucía, y actualmente en la calle Virgen de la Capilla. Ha sabido adaptarse a las exigencias del mercado, compaginando las ventas en tiendas (80% entre clientes de la ciudad y la provincia) y el resto “on line”.

El talento y la creatividad de artista los orientó al jubilarse hacia exposiciones de pintura sobre paisajes de olivos, monumentos de la ciudad y recreaciones taurinas. Su gran corazón lo entregó por entero a Mari Carmen, con quien tuvo nueve hijos y a quien piropeó enamorado hasta el último momento: “¡qué guapa estás!”. Siempre tenía un semblante sonriente y optimista, incluso durante la enfermedad y las pruebas familiares que tuvo que sortear con deportividad y sentido sobrenatural. El legado que ha transmitido a sus hijos ha sido el ejemplo de un buen padre: la humildad, el trabajo, el sacrificio, el buen humor y el amor a Dios. La vocación profesional y familiar estaban integradas en su vocación al Opus Dei; en esa unidad de vida ha basado su andadura cristiana, sintiéndose hijo de Dios. Tenía un sentido de misión profundamente arraigado, que le llevó a darse generosamente a los demás, con continuos detalles de servicio: atendió el comedor de Santa Clara, era asiduo al “Cinefórum Tomás Moro” (en la última sesión se trasladó renqueante hasta la urbanización Azahar), asistió abnegadamente a amigos y enfermos. Era consciente de que para realizar esa intensa actividad necesitaba la frecuencia de los sacramentos y la oración ante Jesús Sacramentado, a poder ser en la Cripta de la Catedral. No faltaba a los medios de formación cristiana; y cuando la enfermedad se lo impedía se conectaba por videoconferencia; al terminar las sesiones animaba a los de su grupo de WhatsApp “Pelotón de Spengler” (en alusión al apotegma del filósofo alemán: “Al final es siempre un pelotón de soldados el que ha salvado la civilización”).

Recibió los cuidados paliativos hasta que descansó en paz, acompañado de su hermana María Pepa y del cariño familiar; Lola y Conchita, ministros extraordinarios de la Comunión, le facilitaban diariamente comulgar. Se preparó con la ayuda de la Virgen de Torreciudad —fue delegado de ese santuario en nuestra ciudad—, que seguro le habrá abierto las puertas del Cielo. Me imagino la maravilla de manto (marca de la casa) que le regalará, con brocados y adornados de las joyas de sus buenas obras. Algunos hemos tenido la suerte de convivir con Alejandro estos últimos cuatro lustros. En febrero celebró con toda la familia el 80 cumpleaños, aunque siempre se sintió joven. Lector habitual de esta columna, ahora la comentará desde el Cielo. Le recordamos sus palabras en la carta notarial póstuma sobre las oraciones de ida y vuelta. Con su vida Alejandro nos ha transmitido que, siendo una persona normal y con defectos, podemos ser cristianos de veras, auténticos, canonizables, sin que nos falte un pelo (san Josemaría).

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