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Diego de León, el general cordobés que quiso raptar a Isabel II y que dirigió su propio fusilamiento

Fue conocido como la “Primera Lanza del Reino” por sus triunfos en las Guerras Carlistas

Vida y muerte de Diego de León, el general cordobés que quiso raptar a Isabel II
Toni Cruz González
@tonicruzgon

Redacción COPE Córdoba

Córdoba

Tiempo de lectura: 3'Actualizado 02:18

Una modesta, pero muy transitada, calle cordobesa lleva por nombre el de uno de los personajes más célebres del revuelto e inestable siglo XIX español. La vía Diego de León une la Plaza de Las Tendillas con la calle Alfonso XIII y precisamente la vida -y la muerte- de Diego de León está íntimamente ligada a la de la abuela y la madre del que fuera Rey de España.

Diego de León y Navarrete nació en Córdoba el 30 de marzo de 1807. Su padre fue Diego de León y González de Canales, marqués de las Atalayuelas y comendador de la Orden de Calatrava (entre otros títulos). Dicen que el apellido “León” lo ostentan los descendientes del rey de Alfonso IX de León.

Cuando apenas tenía 15 años su padre consiguió por 160.000 reales una compañía de caballería para que su hijo fuera capitán. Poco a poco fue creciendo su fama tanto por sus méritos con la teoría militar como, sobre todo, por su valor. En la Primera Guerra Carlista se hicieron célebres sus cargas al frente de sus lanceros e incluso en una ocasión, en Navarra, doblegó con 72 jinetes a una columna carlista formada por 14 batallones y 500 caballos. Por su valor el General Aldama ordenó que se le impusiera en el mismo campo de batalla la Cruz Laureada de San Fernando, a la que luego acompañó la Gran Cruz de la Orden de Isabel La Católica obtenida en Cataluña en el transcurso de ese primer capítulo de las Guerras Carlistas.

La toma de Belascoáin en 1838 le valió el condesado de esa localidad navarra y poco después fue promovido a Virrey de la turbulenta Navarra. Allí debió adoptar, por órdenes del regente Espartero, decisiones tan duras como la quema de cereal en zonas en las que solían aprovisionarse los rebeldes carlistas lo que hizo que dijera que a los campesinos de esa región “ya no les iba quedando más que ojos para llorar”. Ya por entonces era conocido el General cordobés como la “Primera Lanza del Reino”.

En 1840 fue nombrado Capitán General de Castilla pero tras obligar el General Espartero a la regente María Cristina a exiliarse, Diego de León -fiel a sus ideas moderadas- se marchó con la madre de la futura Isabel II a Francia.

Apenas un año más tarde tuvo lugar el último episodio de su vida y por el que entró en la leyenda. María Cristina no había dejado de conspirar desde Marsella contra el gobierno del General Espartero y en la tarde del 7 de octubre de 1841 oficiales fieles a la regente del Regimiento de La Princesa trataron de asaltar el Palacio Real de Madrid y secuestrar a las herederas de la corona y dar así lo que sería un golpe de Estado. El objetivo de los sublevados era llevar a Isabel con su madre a Francia, pero los generales cabecillas -O’Donnell y Narváez- no lograron convencer a sus colegas del norte.

Diego de León no perdió la esperanza de que el plan surtiera efecto y llegó al Palacio Real a medianoche. Tras ser rechazado el ataque por los alabarderos de la Guardia Real en primera instancia, el General cordobés vendió cara su piel por los caminos de Colmenar Viejo hasta herirse cuando saltaba una zanja. Cuando un escuadrón de húsares le capturó se le ofreció huir a Portugal, pero León prefirió ser capturado y rendir cuentas ante la autoridad.


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Nunca imaginó que, a pesar de su fama y de los ruegos de la alta aristocracia, Espartero iba a ser inflexible en su decisión de condenarle a morir fusilado.

El 14 de octubre de 1841 el General cordobés escribió su última carta a su esposa e hijos:

“Preveo que sobre estas líneas van a caer abundantes lágrimas; yo quisiera evitarte este dolor, pero es tan largo y acelerado el viaje que he de emprender que no puedo dilatar la despedida. Me dicen los amigos que la sentencia que sobre mí ha recaído es injusta, pero cuando Dios la consiente la tendré merecida; por eso apelo a la resignación, que es el triste consuelo de los moribundos”.

El día siguiente, en el camino de los Pontones madrileño, Diego de León vivió el último episodio de su vida. Vestido de gala, solicitó al jefe del piquete que le iba a fusilar que él mismo fuera quiera la orden final. “No tembléis, disparad al corazón”, cuentan que dijo con una templanza y un estoicismo notables.

Su muerte, con 34 años, le elevó a mito en sus tiempos y por eso en 1884 su nombre fue elegido para bautizar a una de las calles de la ampliación del barrio de Salamanca madrileño junto a otras figuras como Padilla, Maldonado o Juan Bravo. Una estación de Metro también honra al cordobés.

En su ciudad natal, por cierto, su actual calle acoge el que en su día fue llamado Colegio de la Asunción (actualmente Instituto Góngora), donde Diego de León estudió hasta los quince años. Tal vez la elección del callejero no fuera fruto de la casualidad.

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