Hablar del agua es hablar de aquel elemento imprescindible para nuestra salud y, por lo tanto, para nuestro organismo. Su falta puede llevarnos a la deshidratación; también a la sed y a un aumento de la temperatura corporal. Y es que, normalmente, cualquier persona no puede pasar más de tres días sin beberla, a la vez que es recomendable beber entre un litro y medio y dos de la misma durante el día, aunque este factor puede variar dependiendo de la persona. Respecto a ella, la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) afirma que esta se puede beber tal cual del grifo, aunque sean muchas las regiones donde su sabor cambia, provocando nuestra desagrado hacia ella.

Una buena manera de consumirla es comprándola embotellada, pero siempre existen formas de limpiarla, ya sea a través de la purificación o del filtrado, consistiendo este último en atrapar los sedimentos presentes en ella. Ahora bien, ¿cuál es la mejor manera de hacerlo? Podemos emplear hasta tres métodos completamente diferentes: los sistemas de ósmosis, las jarras con filtros y los bastoncillos de bambú. El primero de ellos parece ser el más sencillo de utilizar, sobre todo si trabajamos con aguas salinas, pues separa el agua a través de una membrana que tan solo permite el paso de las moléculas más pequeñas.

Por su parte, las jarras con filtros tampoco son una mala opción. Con ellas seremos capaces de mejorar su sabor y de generar menos plástico, aunque haya que cambiar de forma constante sus cartuchos. Sus filtros pueden ser de carbón activado o con resinas de intercambio iónico. Por último, la opción más sostenible es la última, la de los bastoncillos de bambú, para las que tan solo habrá que introducir una de sus varillas en el agua para filtrarla.

¿Existe el filtro de agua perfecto?

Siguiendo con este tema, hace dos años varios estudios de Orb Media, en colaboración con varios científicos norteamericanos, confirmaban la presencia de microplásticos en el agua, concretamente, ocho de cada diez muestras recolectadas en 159 lugares del mundo las contenían, así como el 93% de las muestras procedentes de 250 botellas de nueve países. Para solucionar este problema, Pretty Water, empresa dedicada a fabricar y proporcionar filtros para el agua, sacaba a la luz el Pretty Tap Bio.

Este invento se trataba del primer filtro que no solo reducía los plásticos, también era el primero biodegradable y biobasado, por lo que su origen no venía derivado del petróleo, sino de la caña de azúcar. Este permitía, además, ahorrar agua por su limitador de caudal. La empresa se convertía de esta manera en la primera del sector en desarrollar este tipo de filtro a través de la calidad del carbón activo procedente de la cáscara del coco y de los materiales biodegradables.