MADRID
Una vuelta al ruedo para Cid de María en la accidentada nocturna de Las Ventas
Buen debut de Ignacio Candelas y hasta tres novillos de Los Maños resultaron nobles.

Natural de Cid de María ante el novillo con el que dio una vuelta al ruedo
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Paco Aguado
El novillero madrileño Cid de María logró dar, aun protestada, la única vuelta al ruedo en el festejo nocturno celebrado hoy en la plaza de Las Ventas, en el que se produjeron varios percances aunque sin graves consecuencias.
Dos de esos momentos de peligro los vivió Ignacio Candelas, que hizo su presentación en Madrid salpicando fases de mérito e interés, pese al que escaso bagaje que se le apreció.
Y los dos llegaron en su primer novillo, que, cruzándose y buscando rajarse casi de salida, le volteó aparatosamente cuando lo llevaba al caballo de picar, y que minutos después, tras un pinchazo, le hizo hilo con saña hasta golpearle cerca de las tablas.
Así que después de acabar con ese tercero de la noche, al que, pese a todo, intentó torearlo con asiento, salió de la enfermería a matar al sexto con una venda en el tobillo lesionado en el percance, para volver a repetir planteamiento.
Aunque el último de Los Maños embistió a arreones y sin claridad, el novillero rodeño se ajustó con é con sinceridad y compromiso en varias tandas de pases de auténtico mérito, siempre en terrenos de tablas, que se quedaron sin premio por una fea estocada.
Ese único resultado contable en la estadística fue la vuelta al ruedo de Cid de María en el segundo, un terciado cárdeno que, tendente a distraerse de las suertes, al menos le dejó asentarse y, mediada la faena, sacarle medios pases intensos con la izquierda, antes de tumbarlo de una estocada algo desprendida pero fulminante que le animó a pasear el anillo entre división de opiniones.
Muchas más opciones le ofreció al madrileño el quinto, el más bravo y de más entrega de la novillada, pero esta vez hubo en su inconcreto empeño más mecánica que temple o mando, por lo que todo su empeño fue decayendo en un bache que se ahondó aún más por su reiterados fallos con la espada.
El Mella, que también debutaba, lo hizo frente a un primero que, como sus hermanos, estuvo medido de raza pero que, sin descolgar demasiado, le regaló un puñado de nobles embestidas antes de pararse, para servirle en una faena empeñosa y, como el novillo, también a menos, con el sobresalto final de resultar prendido del pitón en el primer ataque con la espada, aunque sin más consecuencias que la rotura de la taleguilla.
El extremeño luego saludó al cuarto con hasta cinco largas cambiadas y media verónica de rodillas, en unos instantes vibrantes que ya no se repitieron a lo largo de un trasteo condicionado por la mansa condición de un utrero que, pese a su insistencia, apenas humilló ni siguió su muleta.