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La serendipia de Ventura conmociona Las Ventas

Diego Ventura corta tres orejas en su encerrona y brilla a lomos de Sueño con un toro de vuelta al ruedo de Guiomar de Moura.

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Julio Martínez Romero | Madrid

Tiempo de lectura: 4'Actualizado 07 oct 2018

La noche todavía no había caído sobre la calle Alcalá cuando Diego Ventura atravesaba en hombros la puerta de la gloria. Una encerrona express, casi a la altura de aquella de 1960 en la que Gregorio Sánchez se hizo figura con seis de Barcial en hora y veinte minutos. Esta vez a caballo y con cuatro orejas menos, Madrid fue conquistada por decimoséptima vez por el mejor rejoneador de la historia. Diego Ventura, un ser superior.

El recibimiento fue por todo lo alto. La cuadra al completo en el ruedo y, en último término, él. Él solo. Diego Ventura ante la historia. A lomos del destino. 20 caballos le hicieron a él el pasillo. Su cita ante el Olimpo ya había triunfado. Llenó Madrid como solo lo hacen los dioses del toreo.

La apoteosis llegó al final, con un negro bragado de Guiomar de Moura bautizado en su día como Rinconado. Lo recibió a porta gayola con la garrocha después de brindárselo a su padre, el alma mater de una carrera apabullante. La fulgurante salida del toro permitió a Ventura gozar a lomos de Lambrusco. Sin clavar en demasía y haciendo gala de una doma prodigiosa, prologó una faena cumbre. Recorrió el anillo allá por donde mayor se hace el diámetro. Se metió por huecos que él se inventó. Sobre Sueño, mirando al tendido y toreando con un donaire inaudito.

Las 21.722 almas que abarrotaron la plaza se pusieron en pie. Ventura se bajó del caballo y compartió el alboroto con su jaco franquicia. Para terminar de diezmar Madrid, sacó a Dólar. Sin cabezada, colocó un par a dos manos de dentro a fuera con una autoridad pasmosa. El rejón de muerte más importante de su carrera se fue contrario, pero la espectacular muerte del animal desató la locura. Petición rotunda, unánime. Diego Ventura puso a todos de acuerdo. Dos orejas y fuerte moción de rabo. Justo Polo le concedió la vuelta al ruedo al sensacional toro de Guiomar de Moura.

Antes, toreó con temple al noble ejemplar de Sánchez y Sánchez que abrió plaza. Puso a todos de acuerdo a lomos de Lío tras ejecutar dos quiebros de vértigo. Uno de ellos galopando hacia atrás hasta casi topar con la barrera. El epílogo con tres rosas no terminó de llegar arriba. El rejón de muerte viajó certero, a pesar de que tuvo que tomar el descabello. Más voces que pañuelos dejaron el inicio en una fuerte ovación.

Tan pronto como saludó dicha ovación se fue a montar a Lambrusco y salió garrocha en mano camino de los bajos del 2, donde brindó el de Miura a Fermín Bohórquez. Lo recibió casi en dependencias de Florito, pero el escaso brío de Asendero no posibilitó el lucimiento. Con banderillas de los colores de La Puebla del Río y toreando sin toro, Ventura volvió a deleitar al público. La faena estuvo colmada de detalles para la galería sacrificando el toreo más fundamental. Con inteligencia y torería, el jinete luso dosificó el interés y la casta del Miura. El rejón de muerte se le fue contrario.

Recibió al tercero montando a Campiña. Se mostró algo errático con el rejón de castigo; no acertó a separar el acero del palo. Entre unas cosas y otras, José Chacón le recetó tres capotazos y una media genuflexo de categoría. Casi como todo lo que hace el banderillero, habitual en las filas de Castella. Después, Ventura calentó los tendidos galopando a dos pistas con Fino. Tuvo que lidiar con el escaso vigor del de Moura, aquejado del severo castigo que recibió de salida –tres rejones-. Al hilo de las tablas, dejó un par de requiebros de mucho valor. Como acostumbra, Diego tiene una capacidad de inventiva sin igual. Quebró al toro al contrario de lo habitual para clavar al violín sendos pares de superior enjundia. Se le atrancó el rejón de muerte y perdió así una oreja de peso.

Se metió rápido para dentro tras darle muerte y se cambió la chaquetilla. Salió suelto y muy distraído el cuarto. Ni peón ni matador terminaron de "liarlo". En banderillas, invitó al sobresaliente a compartir el tercio. Juan Manuel Munera, joven rejoneador de Villarrobledo, clavó un extraordinario par tras sacarse al toro al tercio. Por colleras, como antaño, Munera puso la plaza en pie y así se lo reconoció Ventura. Emoción y toreo caro a partes iguales. El rejón tardó en hacer efecto y disipó cualquier conato de trofeo.

Brindó el quinto a Pablo Lozano, en un burladero del 8. El segundo de Miura fue presto desde el inicio y dejó a Ventura expresarse con algo más de brillantez. Templó y mandó sobre el bullidor tranco del sensacional Alfombrero. Sobre Bronce, un joven se arrancó a cantarle en los bajos del 3 y Ventura le brindó quizá el quiebro de más enjundia de la tarde. Por ejecución, por temple, por distancia y por qué él lo vale. Se dejó llegar al toro casi a la montura y, con toreros desplantes, puso el colofón a un trasteo con mucho fundamento. Acertó con la suerte suprema y cayó así el primer trofeo del sábado.

Con la cantidad de aves que le arrojaron desde los tendidos de sol podrá Ventura guisarle a su cuadrilla un buen caldo. Lo merece. Tras el rabo de San Isidro, solo cabía hazaña mayor encerrándose con seis. Diego Ventura cumplió su sueño. Uno más en su carrera. La serendipia a caballo de aquel que saldrá en los libros de historia del toreo.


FICHA DEL FESTEJO 

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Madrid, sábado 6 de octubre de 2018. 5ª de la Feria de Otoño. Casi lleno (21.722 espectadores).

Toros de Ángel Sánchez y Sánchez (1º y 3º), Miura (2º y 4º) y Guiomar de Moura (3º y 6º). 1º, con movilidad y a más. 2º, encastado. 3º, noble. 4º, manso y noble. 5º, encastado y codicioso. 6º, bravo y a más, se le dio la vuelta al ruedo.

Diego Ventura, como único rejoneador: ovación con saludos, palmas, palmas, palmas, oreja con petición de la segunda y dos orejas con petición de rabo.

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