4ª feria de hogueras

Puerta Grande para un descomunal Talavante, que indulta un toro de Cuvillo, y para Juan Ortega, un orfebre del toreo

Marcó Pérez sufrió una voltereta y tiene una cornada envainada que le impidió matar el sexto

Alejandro Talavante y Juan Ortega salen a hombros este domingo en Alicante.

EFE

Alejandro Talavante y Juan Ortega salen a hombros este domingo en Alicante.

Redacción Toros

Publicado el - Actualizado

4 min lectura

Salvador Ferrer

Para quien suscribe, el cartel más original de esta Feria de Hogueras era el de hoy: Talavante, Ortega y Marco con la de Cuvillo. Para el gran público, no, si atendemos a la capacidad de convocatoria. Pero una cosa es el tocino y otra la velocidad.

Talavante sacó la chistera en San Isidro y nos tapó la boca a quienes vamos diciendo o escribiendo que no está en el mejor nivel que le conocemos. Una cosa tampoco quita la otra. Niñato; el primero de Cuvillo, tenía poco de niño, casi 570 kilos. Al tran tran, con ese tranco entre mortecino, cojitranco y descompuesto. Tuvo tanta nobleza como justo el motor. Detalles de Talavante sin armar faena. Cariñosos y tibios los aplausos. Entre dos aguas la faena. Oreja sin relieve.

Tras la merienda, aún pesaba la mala sensación de ver a Marco, herido en el tercero, camino de la enfermería. No salió Marco. Talavante trató de levantar los ánimos poniéndose de rodillas. Parece una paradoja pero no. Y lo consiguió el extremeño. Sensacional serie con la derecha: a cámara lenta. El relajo, el desmayo, el abandono a la pasión, encendida y gozada. Como si estuviera en el campo. La arrucina, el afarolado, el de pecho muy toreado. Con la mano izquierda fueron caricias, tan redondas, tan sublimes, tan despaciosas. Poesía, o una balada de muletazos, que nacían y morían como las olas del mar. Unas veces sueltos, otras rimados… aparentemente sin técnica, escondida tras el sentimiento. Esa rotundidad íntima, también el abandono, que sienten los artistas. La faena fue un juego de seducción y un surtido de exquisita variedad. Casi al final, Talavante dio muletazos genuflexos por abajo. Como muchas veces empieza sus faenas. Cumbres. Y un fajo de bernadinas, el cambio de mano. Una exquisitez para buenos paladares. Con Gavilán, Talavante se desató: pura pasión. Sembrado, inspirado, extasiado, feliz el artista. Una vez indultado, siguió toreando de rodillas, con la cintura rota y los hombros caídos. Una delicia. Una borrachera talavantina. Obra cumbre.

La faena del sexto se vivió con el pescado ya vendido. Andarín fue toro que vino y fue y Talavante anduvo con él fácil. Pero ningún torero se fue andando. Talavante y Ortega a hombros y Marcó en ambulancia. Así de magnánimo es el toreo. Y de grande. Y de serio. Y de auténtico.

Juan Ortega es un lujo del toreo actual. Un artista. A Campanito Ortega le firmó un recibo capotero de campanillas. La verónica honda y hermosa, ganando terreno; los brazos bien jugados y una media barroca y trianera, alma de Juan. Luego no acabo de rematar un quite por tafalleras y cordobinas, con toques más sevillanos que cordobeses. El inicio genuflexo fue una belleza, lidia y toreo fusionados. Todo tan despacio, tan torero. Tan sutil y eso que el toro no embistió para sutilezas. Sí tuvo genio y carbón, amansado con el temple. Hubo dos cambios de mano genuflexo de antología. Profundos y sentidos. No fue faena maciza ni sólida pero Ortega esparció, con capote y muleta, una colección de postales.

Incómodo fue el quinto, que soltó mucho la cara. No acabó de estar a gusto el torero. Dejó detalles de su orfebrería. Hubo una serie redonda de toreo en redondo. A cámara lenta. Armonía y sutileza, Renacimiento más que Barroco. Qué distintos, y distinguidos, los molinetes finales. Sin recortar, sin trallazo, todo pulso. Las manos en manos del alma. Pinchó.

Marco Pérez viene triunfante sin el boato del triunfo tras matar seis novillos-toros en Madrid. A hombros en su alternativa en Nimes y en su mano a mano con Morante en Salamanca. Algo tendrá el niño. Que no es un niño aunque lo parece. Es, eso sí, un torerazo menor de edad, de 17 años. Al maestro Juli no le gustaba que le llamaran niño prodigio: “un niño no se pone delante de un toro”. Y los padres de un niño tampoco dejarían que su hijo se pusiera delante de un toro sin tener rasgos de hombre. Marco es un torerazo con cara y cuerpo de niño. Lo acentuaba más el blanco y oro de la alternativa. El blanco de las primeras veces: l primera comunión, la boda en el altar… El blanco de la pureza y la virginidad. Y el de la verdad.

Brindó Marco al respetable y le sopló varios pases cambiados en la boca de riego. Fácil, a su altura. Hubo una serie meritoria con la izquierda, con tornillazos ásperos. Violento el Cuvillo, con feo estilo. Tragó Marco como si nada, sin darse coba. Muy asentado siempre, sereno, comprometido, inteligente. El valor para torear. El Cuvillo mandó casi al cielo al chaval. Una espeluznante voltereta que lo dejó muy mermado. Quiso matarlo por derecho. El público reconoció el magno esfuerzo. Faena de hombre y de torero. De niño nada. Recogió la oreja y se lo llevaron a la enfermería. No podía ni andar. El equipo médico del doctor Alberto Miñano Pérez atendió al joven torero charro. El toreo necesita a toreros como Marco.

Visto en ABC

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