3ª FERIA DE SAN MIGUEL

Un natural de Morante en la Maestranza... uno, y para qué más

Zulueta fue ovacionado en su alternativa, ovación que también escuchó Morante tras la lidia del cuarto. Descastada y mansa corrida de Cuvillo.

Redacción Toros

Publicado el - Actualizado

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Manuel Viera

“Javier Zulueta, con una forma de torear dominante, sutil, elegante, y un talento sin equívocos, me ha hecho sucumbir a los encantos de un concepto esperanzador. Impecable serenidad y enorme muestra de naturalidad. Clasicismo sin extras visuales ni otros efectos que los derivados de la torería y buen gusto. Me pareció ver en su toreo decenas de respuestas”. Escribí esto hace sólo dos años cuando me regocijaba con el toreo bien hecho de un incipiente novillero. Hoy, la personalidad de su tauromaquia sigue intacta. Aún a pesar de los decepcionantes toros de Núñez del Cuvillo, con los que se ha hecho matador de toros y se ha puesto fin a la temporada en la Maestranza. 

Marcaba el reloj de la plaza las 18,48 horas cuando Morante le entregaba los trastos a Zulueta teniendo por testigo de la ceremonia a Roca Rey. Emotivos momentos que se repitieron después cuando Javier sacó al tercio a su padre, alguacilillo de la plaza, para brindarle la lidia y muerte de su primer toro como matador. El nuevo torero sevillano quiso decir de inmediato ese toreo que trasciende a lo diferencial. Con esa torería insondable que forma parte de su identidad. Casi lo consigue con un astado de notable nobleza paro ayuno de casta y fuerzas. Toreó despacio con la derecha y logró lo mejor en una tanda de cuatro naturales rematado con el obligado de pecho. Una lidia de exquisitos detalles en los ayudados por alto y en esa forma tan personal y sevillana utilizada para epilogar con gracia la faena. Tres pinchazos antes de la estocada malograron lo bueno hecho.

El sexto fue peor. Un toro sin una gota de casta que sólo supo mostrar sosería en sus nefastas embestidas. Javier brindó faena a su madre y hermana, presentes en el tendido, pero poco pudieron disfrutar ante las ganas del torero y la desgana del toro. Intentos con ambas manos sin conseguir extraer de la lidia nada bueno. Con una estocada desprendida lo finiquitó.

En un instante, en un solo segundo de inspiración, se puede hacer emocionar a toda una plaza. Un único natural aún no acabado. Uno, ¿y para qué más? Uno extremadamente despacio que rezumó torería por cada poro de la piel de quien lo esculpió. Un natural que hizo suyo antes de entregárselo a la gente que emocionada le aclamó. Ha sido lo único que queda en la retina de la decepcionante tarde de toros. Lo hizo Morante, quién si no. Es lo que queda guardado en la mente de la esperanzadora lidia al cuarto de la tarde. Un toro con cierta calidad en la embestida, pero tan apagado que le duró menos de un suspiro. El diestro cigarrero se hincó de hinojos para trazarle un bello recorte con el capote, a estos le siguieron verónicas y chicuelinas y una media de escándalo. Y, sobre todo, ese natural disfrutado que expresó un tipo de emoción muy particular. Hundió media espada y le ovacionaron fuerte al saludar.

El segundo fue un manso sin vida al que pasaportó de inmediato entrando a matar de mala manera.

Lo peor de lo peor le cayó en suerte a Roca Rey. El tercero fue un sobrero, en sustitución del invalido y mal presentado titular, soso y apagado al que intentó doblegar con la derecha con un toreo largo muy destartalado. Consiguió bajar la mano y someter la corta embestida sin que lo hecho trascendiera, e incluso acortar las distancias en otro intentó de llegar a la gente. Nada. Tres pinchazos antes de la estocada dejó al publico en silencio.

Al quinto, un manso rajado y distraído, poco más le quedó que mostrar su enorme potencial para agradar. Le fue imposible ante tan nefasto animal. Con una estocada sin puntilla lo mandó al desolladero.

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