SEVILLA - 6ª DE ABONO
Morante, un manantial de arte
El maestro de La Puebla corta dos orejas en una tarde excelsa de toreo. Juan Ortega y Pablo Aguado fueron ovacionados.

Sevilla, 1 de mayo de 2025. Morante corta dos orejas
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Manuel Viera
El trio Morante, Ortega y Aguado es un claro ejemplo de lo mucho y bueno que puede encontrarse en la tauromaquia actual. Lo es por la calidad con la que se expresan, pero también por el interés que manifiestan hacía un toreo apasionante. Construyen el toreo sobre dos principios antitéticos. Por un lado una templanza barbárica que se regocija en estados emocionales. Por otro, la inspiración en sus formas de clásica pureza. Con ellos la esencialidad se aviva al calor de un admirable virtuosismo.
Plaza llena, a rebosar. Como el artista que protagoniza cada tarde el toreo vamos a la plaza porque lo buscamos, y esa búsqueda enriquece. Ello justifica la incertidumbre. Lo que puede pasar. Y pasó que Morante toreó. Lo hizo primero con un capote que voló cogido con una mano para quedar suspendido en tiempo infinito mientras el toro acudía a la cita y pasaba. Una vez, y otra, y otra… hasta acabar de igual manera con un sensacional pase de pecho. La música estalló acompasando el pasodoble con el ritmo improvisado de un capote genial
Ver torear así es algo más que un ejercicio de fetichismo. Es entrar en la cocina de un artista y contemplar de cerca su proceso creativo, porque después, la obra continuó para reunir en ella toda la verdad de su toreo. Un toreo vivido bajo una continua emoción que convivía con la desbordante naturalidad, la torería en la versión excepcional de dos ayudados por alto de cartel, y el natural contrapunto de la despaciosidad del pase diestro hilvanado y rematado.

Así vió Carlos Herrera la histórica tarde de Morante en la Maestranza
La faena de Morante, al cuarto toro de Domingo Hernández como obra de arte, no fue baladí, aunque se produce en contadas ocasiones, esta vez el milagro se materializó. Se dieron todas las condiciones: no sólo en la nobleza del toro, sino en la perfecta fusión con la embestida pastueña y escasita de fuerza. De todas formas, el sevillano de La Puebla soñaría hacer el toreo de arquitectura de cristal enormemente bello con el que enjoyar la tierra de albero y construir la felicidad. Y lo hizo. Y se lo premiaron con dos orejas que paseó sonriente, gozoso y emocionado.
José Antonio también se prodigó a la verónica con el primero, otro toro noble y con las fuerzas justas, tónica general de los toros de Domingo Hernández, Fueron tres lances con la cadencia propia de este artista. Igual gustaron las chicuelinas al paso colmadas de sevillanía para poner al toro en suerte. Faena de momentos magníficos con la derecha, y con la izquierda en el natural de frente haciendo círculo hasta acabar detrás de la cadera, y que ahora es ineludible recordar. Tres pinchazos antes de hundir la espada lo dejó todo en una ovación.
Excepcional y creativa la verónica de Juan Ortega al noble quinto. Elogio a un lance con el que suspendió el tiempo en el recorrido infinito de un capote a compás. Lentísimo el lance. Prodigiosas muñecas en el decisivo instante, de absoluta e innegable dimensión artística, que hizo saltar como un resorte a Tristán para premiar con música lo hecho y visto. Fue lo mejor del sevillano de Triana junto a unas ajustadas y bellísimas chicuelinas. Juan toreó despacio en el inicio de faena , pero el toro se le paró y todo acabó.
El segundo mostró sosería y escaso poder. Sólo le valió para mostrar su despaciosidad con un capote que, en esta ocasión, tuvo sus altas y sus bajas. Quiso atemperar las complicadas y cortas embestidas de un toro casi parado, pero poco pudo resolver. La mató con prontitud.
A Pablo Aguado le embisten pocos toros. El tercero fue un manso con el que solo pudo mostrar detalles de su diferencial tauromaquia. Detalles muy toreros en el inicio genuflexo, el pase diestro y el natural. Todo muy despacio con ese sello propio de la naturalidad. Unos ayudados por bajos y molinetes pusieron fin a una faena no rematada con la espada.
Y el sexto se le paró en un santiamén. Tres verónicas quedan en el recuerdo.