La verdad detrás de la locura de la reina Juana: una guerra propagandística
La hija de los Reyes Católicos accedió al Trono tras la muerte de sus dos hermanos mayores y de su madre, Isabel
'La demencia de Juana de Castilla', Lorenzo Vallés, 1866
Madrid - Publicado el
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La Organización Mundial de la Salud (OMS), y con ello la Organización de las Naciones Unidas (ONU), celebran, desde 1992, el Día Mundial de la Salud Mental en una fecha como la de hoy, 10 de octubre.
En los últimos años, esta cuestión, la de la salud mental, ha ido ganando una notable presencia en el debate público español. Este cambio se debe, en gran medida, a una mayor sensibilización social impulsada por testimonios de figuras públicas, campañas institucionales y la creciente visibilidad del impacto del estrés, la ansiedad y la depresión en la vida cotidiana.
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La pandemia de COVID-19 actuó como catalizador, dejando ver la fragilidad del bienestar emocional y la necesidad de fortalecer los servicios de atención psicológica.
Además, el tema ha trascendido el ámbito sanitario para convertirse en una cuestión política y educativa, con demandas ciudadanas que reclaman más recursos, prevención en las aulas y un tratamiento menos estigmatizado de los trastornos mentales.
Con motivo de esta conmemoración, hemos querido bucear en la lista de los reyes de España para descubrir la verdad detrás del apelativo de "loca" con el que la historia recuerda a la reina Juana.
jUANA, REINA POR ¿DESGRACIA?
La respuesta es sí: Juana de Trastámara fue reina por desgracia —que no es lo mismo que decir que, por desgracia, fue reina—. Lo único que unió a la hija de los Reyes Católicos a las Coronas tanto de Castilla como de Aragón y de los demás territorios incorporados o descubiertos por sus padres fue la desgracia. Es por eso quizá, en cuanto tuvo la menor oportunidad, se la dio encantada a su hijo. Pero no hablemos todavía del príncipe, luego emperador, Carlos. Vamos al principio de todo.
Retrato de la reina Juana de Castilla pintado por un seguidor de Juan Pantoja de la Cruz
Nacida el 6 de noviembre de 1479 en Tordesillas —ciudad que tanto disfrutaría de su presencia—, fue la tercera hija del matrimonio formado en 1468 por Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón.
Nos encontramos en un momento histórico en el que acaba de concluir la Guerra de Sucesión de Castilla (1475-1479), otro paso para la futura unificación de Castilla y Aragón. Por otra parte, todavía no ha empezado la Guerra de Granada (1482-1492) y, por supuesto, no se ha descubierto América —ni siquiera se sueña con ello porque tampoco ha aparecido Cristóbal Colón en la Corte—.
Juana tiene unos padres jóvenes y cada vez más reconocidos en Europa y dos hermanos mayores: la infanta Isabel y el deseado príncipe Juan, quien en la época dirían que ha sido llamado por Dios a heredar los reinos de sus padres. Es por ello que, en este año de 1479, el papel o la importancia de la recién nacida infanta en la emergente Monarquía Hispánica es claro: ninguno.
Juana aspira, como mucho, a casarse con algún príncipe extranjero y a acompañar, con suerte, en la tarea de la gobernación como sumisa esposa a su futuro marido. Y en este pensamiento es educada. Para ella está reservado un papel secundario en la historia. Figuración con frases que diríamos hoy.
La reina Isabel la Católica, presidiendo la educación de sus hijos
Pero qué caprichosa se demuestra la Providencia en el siglo XV. Avancemos un poco en el tiempo. Vámonos hasta el mes de diciembre de 1496, concretamente hasta el día 19. Isabel y Fernando han recibido del papa, Alejandro VI, la distinción de "Reyes Católicos" mediante la bula Si convenit. Granada, primero, y el Descubrimiento de América, después, han tenido mucho que ver en ello. Roma celebra que estos monarcas hayan expulsado de la Península Ibérica a los musulmanes, poniendo fin a la Reconquista (711-1492) y más aún que quieran evangelizar el Nuevo Mundo.
Poco va a durar la celebración para los reyes, especialmente para Isabel, que, sintiendo cercana su hora postrera, verá cómo el castillo que creía construido sobre roca firme era, en realidad, de naipes. Cinco eran los territorios que tenía bajo su dominio o influencia directa —Castilla, León, Granada, las Indias y Aragón—, y cinco serían las espadas que habrían de clavarse, como si la profecía del anciano Simeón se extendiese a ella también, en su corazón.
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El 4 de octubre de 1497 llegaría la primera: el príncipe Juan ha muerto a los 19 años en Salamanca. Su "ángel", la "esperanza de España" dejaba este mundo casi cuando había empezado a andar por él: "Dios me lo dio, Él me lo ha quitado", diría la reina. Un siglo después el padre Mariana explicaría que esta noticia "fue grande dolor y lástima no solo para sus padres, sino para todo el Reyno".
La segunda espada no tardaría en llegar mucho más. Relata Luis Suárez en su obra Isabel I, Reina (Premio Nacional de Historia, 2012) que "Margarita [la esposa de Juan] no pudo soportar el golpe y abortó: el feto era varón. De modo que el orden sucesorio quedaba interrumpido por completo".
'Isabel la Católica en la cartuja de Miraflores', Luis Álvarez Catalá (1866)
Por suerte, la legalidad castellana contemplaba la sucesión de una mujer. Así las cosas, las miradas se dirigieron ahora hacia la infanta Isabel, la primogénita de los Reyes Católicos, que entonces era reina de Portugal por su matrimonio con Manuel I, "el Afortunado", y que recuperaba ahora el título de princesa de Asturias. Pero no por mucho tiempo. El 24 de agosto de 1498, la muerte vino sin previo aviso a buscarla mientras daba a luz a su hijo, el príncipe Miguel de la Paz, quien quedó junto a sus abuelos, los "Reyes Católicos" para educarse en los usos y costumbres de sus reinos.
Que la desgracia había sobrevolado la Corte castellana y aragonesa estaba claro, que se ensañara, era cuestión de tiempo. Con muerte terminó el siglo XV y con muerte empezó el XVI. El 20 de julio de 1500, a un mes escaso de cumplir los dos años, moría en Granada el príncipe heredero, Miguel.
La Península Ibérica entera estaba de luto de Lisboa a Granada, Segovia y Zaragoza. La reina, por su parte, sumida en el mayor de los dolores pues dice el cronista Andrés Bernáldez que, muertos sus hijos mayores y con sus otras hijas repartidas o pendientes de marchar por Europa, "con él [Miguel] se consolaba". De nuevo "el orden sucesorio quedaba interrumpido por completo".
Cripta Real de Granada donde están enterrados los reyes Isabel I, Fernando V, Juana I, Felipe I y el príncipe Miguel de la Paz
LA QUINTA ESPADA: LA LOCURA
Y así es como llegamos a Juana. La infanta había sido llevada a Flandes por Sancho de Bazán en una nave genovesa llamada La Lomelina para casarse con un tal Felipe, que era el duque de Borgoña, y convertirse en duquesa a miles de kilómetros de Castilla. La infanta y la reina se despidieron en la noche del 22 de agosto de 1496 como si nunca se fueran a reencontrarse —cosa harto probable—.
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Desde la muerte del príncipe Juan, Felipe "el Hermoso" soñaba con ceñirse las coronas de Castilla y Aragón. Relegado a un ducado que no había alcanzado el estatus de reino, los de sus suegros se le antojaban harto apetecibles. Además, la evidente incapacidad y desinterés de su esposa para gobernar le allanaba el camino hacia el poder más absoluto. Como consecuencia de ello, nos dice el cronista Lorenzo Padilla que "los Archiduques se holgaron desta nueva [la muerte del príncipe Miguel]".
En julio de 1500, Juana se había convertido de facto en la Princesa de Asturias para mayor gloria y alegría de su retorcido esposo. Fernández Álvarez nos presenta en su libro Isabel la Católica (2003) la situación alarmante que vivía la reina: "La alarma para la Reina, porque últimamente le llegaban noticias cada vez más preocupantes del extraño comportamiento de su hija Juana. Se decía que se hallaba trastornada por los celos, tan alborotada, que ni siquiera atendía a las cosas del alma, descuidando gravemente sus deberes religiosos".
'La demencia de Isabel de Portugal', atribuido a Pelegrí Clavé (1855)
¿Podrían parecerle raros estos comportamientos a Isabel? Sinceramente lo dudo. ¿Acaso no había sufrido ella los mismos celos con las amantes de su esposo, Fernando? ¿Acaso no era hija de una reina viuda que vivía recluida en el castillo de Arévalo a cuyas almenas se asomaba para gemir por el desventurado don Álvaro de Luna? Isabel, se dice, era hija y madre de loca. Pero analicemos esa presunta locura de la reina Juana.
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Cuando Isabel "la Católica" muere en Medina del Capo en 1504, la cuestión sucesoria ha quedado resuelta en su Testamento: Juana es la reina propietaria de Castilla, pero Isabel, anteponiéndose a su yerno, deja previsto que "quando la dicha Princesa mi hija no estoviere en estos dichos mis Reynos, o después que a ellos viniere en algund tiempo aya de ir y estar fuera dellos, o estando en ellos no quisiere o no pudiere entender en la governación de ellos, que en qualquier de los dichos casos el Rey mi señor rija, administre e govierne los dichos mis Reynos e Señoríos".
La muerte de "la Católica" enfrenta a Fernando y a Felipe. Ambos quieren tener el control de Castilla y para eso necesitan encontrar y reunir los apoyos suficientes de la nobleza castellana. Juana se convierte a partir de ese momento en un peón al que tanto su padre como su marido mueven y arriesgan según les conviene en su particular partida de ajedrez. Un enfrentamiento en el que ninguno duda en airear las intimidades que ponen en entredicho la estabilidad de la nueva reina.
Con respecto a esto, dice Fernández Álvarez que "los que la rodean le aseguran que su padre trama incapacitarla 'por su falta de seso', y cuando regresa a España, en 1506, alguien le advierte que Felipe prepara su encierro en un castillo".
mitos y leyendas
Si algo ha alimentado la teoría de la "locura" de Juana ha sido su amor desmedido por su marido, Felipe. De hecho, ha quedado en la historia aquel capítulo en el que Juana hizo ir al Castillo de la Mota a su madre enferma para que le permitiera regresar junto a Felipe en Flandes, pese a estar embarazada, o de lo contrario se dejaría morir de frío en los adarves de este. El duque de Borgoña, sin embargo, tenía cierta debilidad, como su suegro, por las mujeres y no se entendía bien con la fidelidad. Pero muerto el perro, se acabó la rabia. ¿No?
'Juana la Loca', Francisco Pradilla y Ortiz (1877)
Felipe, llamado "el Hermoso", murió en Burgos el 25 de septiembre de 1506 a los 28 años de edad como consecuencia de que había cogido frío jugando a la pelota —si murió o lo murió el rey Fernando es algo que, como se suele decir, queda a gusto del consumidor y conspirador—.
Perder a su marido fue un dolor peor que cualquier celo que pudiese haber sentido la reina. Otra vez Fernández Álvarez nos desvela que aquel revés la hizo entrar "ya definitivamente en un estado depresivo agudo, al que sin duda era propicia por su naturaleza". En la retina de todos están esas imágenes románticas de Juana acompañando y abriendo el féretro de su difunto marido por toda Castilla de camino a Granada, pero ¿sucedió así? ¿Se dilató tanto el traslado y contemplo el cadáver tantas veces como se ha dicho? Según parece no.
Es cierto que Juana tardó mucho en enterrar a su esposo, en concreto unos veinte años. ¿Por qué? La razón la desliza Bethany Aram en La reina Juana: Gobierno, piedad y dinastía (2001): "Tanto Fernando como Juana veían el cadáver no enterrado de Felipe como un obstáculo para que la reina se casase otra vez y lo usaron para rechazar a ansiosos pretendientes".
'La reina Juana la Loca', Gabriel Maureta y Aracil (1858)
Un nuevo marido podría suponer nuevos hijos y un enfrentamiento o un desplazamiento de su hijo primogénito, Carlos. Juana se sentía heredera y responsable para con su madre e hijo. Su cometido era legar a su primogénito la herencia que ella misma había recibido y un nuevo matrimonio podría convertirse en un inconveniente para lograr ese fin.
¿Y qué hay de las aperturas del féretro? Que se tenga constancia, solo hubo dos. La primera de ellas sucedió tras su depósito en la Cartuja de Miraflores (Burgos). Juana recordó el deseo de Felipe de enterrarse en Granada y presta se lanzó a cumplir la última voluntad de su marido, comenzando así la procesión con el cadáver al que acompañaban religiosos y soldados.
En cuanto a estos últimos, cabe destacar que Juana no permitía que ninguna mujer se acercase o velase el cuerpo de Felipe porque, según el cronista Anglería, "la queman los mismos celos que la atormentaban cuando vivía su marido".
'Juana la Loca', Vicente Palmaroli y González (1884-1885)
La segunda se produjo por el miedo de Juana a que los flamencos se llevaran, como habían hecho con su corazón, el cuerpo del rey a Flandes. La narra Anglería: "Unos artesanos venidos al efecto abrieron la caja de madera y la de plomo. Después de contemplar el cadáver del marido, llamando a los nobles como testigos, mandó de nuevo cerrarlo y que a hombros lo trasladasen a Hornillos".
La leyenda ha maltratado tachándola de loca a una reina que, si bien tenía tendencias depresivas, unos celos quizá excesivos y muy poco interés en gobernar, no era una desequilibrada mental. ¿Prefirió apartarse de la primera línea política para dedicarse, cuenta María Lara, a "practicar el recogimiento, es decir, la vida ascética y la contemplación"? Sí. ¿Era irascible? Sí. ¿Había sido maltratada psicológicamente por su marido, Felipe, y usada en su ambición política por su padre? Sí. ¿La convierte eso en una "loca"? No. Juana fue una mujer enamorada, pero no correspondida y una víctima de un fuego cruzado entre los dos principales hombres de su vida.