Sor Apolonia del Santísimo Sacramento, la religiosa a la que los milicianos republicanos aserraron viva por no renunciar a su fe: "Volveré si es que me buscáis a mí, y dejáis en paz a todas mis Hermanas"
Los restos de la religiosa fueron dados a una piara de cerdos con los que luego hicieron "chorizos de monja"
Beata Apolonia del Santísimo Sacramento
Madrid - Publicado el
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Llevar un crucifijo o una medalla colgada al cuello, una estampita detrás del móvil o en la cartera, o vestir hábitos religiosos en España puede ser motivo de burla o incomprensión para algunos, pero, por fortuna, está muy lejos de ser peligroso. Este tipo de actos, profesiones de fe, se deben a la firme defensa de unas creencias religiosas o a tradiciones familiares.
En cualquier caso, se trata de decisiones que se toman desde la completa libertad personal y que son respetadas en la mayoría de los casos. Sin embargo, esto no siempre fue así en nuestro país. Hubo unos años en los que hacer algunas de estas manifestaciones públicas de fe era poco menos que señalarse y buscarse una sentencia de muerte y el martirio.
Un grupo de milicianos custodia a unas religiosas en Alcalá de Henares, durante los primeros días de la Guerra Civil
Los años treinta del siglo XX fueron en España la definición del odio y del fratricidio. La Guerra Civil que destrozó nuestro país social, económica y materialmente entre 1936 y 1939 fue el producto de la irresponsabilidad de unos líderes políticos que jugaron a enfrentar a familias y vecinos.
Clara Campoamor describió el ambiente que se respiraba en España en aquellos años en una serie de escritos que, más tarde, se reunieron en La revolución española vista por una republicana (2020). En el libro, aunque se dice defensora del sistema republicano —que no de la Segunda República—, critica las barbaridades de ambos bandos: "En la guerra actual los españoles se despedazan unos a otros y todas las consideraciones de sangre, de fraternidad o de raza no hacen más que añadirse a la rabia, al furor del toque a degüello. Es una guerra de odio y de exterminio", asegura la política.
EL ANTICLERICALISMO DE LOS AÑOS TREINTA
El anticlericalismo que se desató en aquella época dio como fruto la continua quema y saqueo de iglesias, conventos y otros edificios religiosos, pero también la persecución de quienes dedicaron su vida a Cristo. Campoamor denuncia que, antes del levantamiento del 18 de julio, "el gobierno [del Frente Popular] se mostraba cada día menos capaz de mantener el orden público".
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La diputada liberal cuenta que "el 5 de mayo se hizo correr el rumor de que señoras católicas y sacerdotes hacían morir niños distribuyéndoles caramelos envenenados. Un ataque de locura colectiva se apoderó de los barrios populares y se incendiaron iglesias, se mataron sacerdotes en las calles". Esto demuestra que la tesis interesada de una Segunda República idílica en la que los españoles vivían en paz y armonía hasta que un militar loco y malvado apellidado Franco decidió pegar tiros es una absoluta farsa.
España era un polvorín a punto de estallar y la situación política era de auténtico vértigo. Ejemplo de ello es el enfrentamiento que se dice que tuvieron en sede parlamentaria el líder de la oposición, José Calvo Sotelo, y la hoy venerada y añorada Dolores Ibárruri, llamada "la Pasionaria", a la que, es curioso, nadie le quita las calles que tiene a su nombre.
Calvo Sotelo dijo al entonces presidente del Gobierno y ministro de la Guerra, Casares Quiroga, que tomaba nota de sus amenazas y declaraba que "es preferible morir con gloria a vivir con vilipendio". Es entonces cuando se dice que "la Pasionaria" tomó la palabra y amenazó a Calvo Sotelo: "Has hablado por última vez". Un mes después Calvo Sotelo fue sacado de su casa por la noche y el socialista Luis Cuenca Estevas le disparó dos tiros en la nuca. Su cadáver fue abandonado en el cementerio de La Almudena y su hallazgo precipitó el comienzo de la Guerra Civil española.
Dolores Ibárruri, conocida como «La Pasionaria», durante una arenga en un mitin político
LA DETENCIÓN DE SOR APOLONIA LIZÁRRAGA
En este contexto se produjo la detención y martirio de sor Apolonia Lizárraga y Ochoa de Zabalegui. Más conocida por su nombre de religiosa, Apolonia del Santísimo Sacramento, fue la segunda de los once hijos que tuvo el matrimonio de Cándido y Martina.
Cuando estalló la contienda, la madre Lizárraga contaba 69 años y era la superiora general de las Hermanas Carmelitas de la Caridad de Vedruna, una congregación femenina fundada por Santa Joaquina de Vedruna —cuya causa de canonización fue abierta por Pío XI gracias a la intervención de sor Apolonia— en Vic (Barcelona) en febrero de 1826.
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Durante los primeros meses, la madre Sacramento se preocupó de buscar un lugar seguro para sus religiosas, en concreto para las jóvenes novicias y las hermanas enfermas.
Sus escritos son profundamente reveladores de la situación que se vivía en España. En la primavera de 1936 escribió que "todos dicen que se esperan cosas terribles y hay un pánico general; son tiempos de verdadera persecución contra Dios, y claro, las primeras que hemos de sufrir las consecuencias somos sus religiosas, así que bendito sea Dios que así lo permite. Él nos dará fuerzas".
El 21 de julio a las cuatro de la tarde, los milicianos golpearon las puertas de la Casa General de las Carmelitas de la Caridad y ordenaron salir a todas las monjas menos a la superiora. La madre Sacramento se dirigió muy serena al cabecilla y le dijo: "Arriba hay una enferma paralítica, ¿quiere alguno de ustedes venir conmigo para ayudarme a bajarla?" Uno se ofreció preguntando en voz baja si había hombres armados dentro. La religiosa sonrió se negó a contestarle.
Al salir por la puerta con la paralítica, los milicianos le dijeron: "Qué vuelvas ¡eh!" , a lo que sor Apolonia contestó: "Volveré si es que me buscáis a mí, y dejáis en paz a todas mis Hermanas". Volvió y tras ella los milicianos registraron la casa. Al terminar, les invitó a un refresco.
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Temiendo lo peor, en el mes de agosto la carmelita se refugió primero en casa de sus primas en Barcelona y luego en la de la familia Darner. Cuenta Antonio Montero Moreno en Historia de la persecución religiosa en España (1936-1939) que la religiosa "debía de estar sometida a estrecha vigilancia, pues cuando se trató de detenerla, se dirigieron con seguridad los mandatarios del POUM [Partido Obrero de Unificación Marxista] primero a casa de los Darner y luego a la de sus primas.
INTERROGATORIO Y MARTIRIO
Una vez detenida, fue sometida a dos interrogatorios, uno en la calle y otro en el control del paseo de San Juan. Montero Moreno recoge cómo debió ser el primero: "A la madre no la hicieron, que se sepa, más que estas o parecidas preguntas baladíes: '¿Te quieres marchar?' 'Si puedo, sí', contestó. '¿Y para qué quieres marchar?' 'Para trabajar, ya que aquí no puedo'. 'Tú tienes que descansar; ya nosotros trabajaremos por ti'. A ella y a los demás se les alcanzaba sobradamente, sin mucho esfuerzo, lo que tales ironías tenían tras sí".
Después de esto no se supo más de ella, aunque durante el proceso de beatificación, que concluyó el 28 de octubre de 2007 en la plaza de San Pedro del Vaticano gracias a Benedicto XVI, se pudo recabar algún testimonio fiable de personas que dijeron haber sido testigos de su martirio.
Parroquia de Santa Inés de Barcelona en la que estuvo ubicada la checa de San Elías
Sor Apolonia, por prudencia, se había quitado el hábito, algo que recordaba así: "¡Qué pena sentí al verme sin mi hábito. Lo besé y lo deje colgado. El Escapulario me lo deje puesto bajo el vestido". Vestida, por tanto, de seglar, fue llevada a la checa de San Elías, una de las más temidas de toda Barcelona por las atrocidades que se cometían en ella. Allí se le preguntó quién era, a lo que ella contestó firmando su sentencia de muerte: "Yo soy religiosa".
La madrugada del 8 de septiembre, festividad de la Natividad de la Santísima Virgen María, la sacaron de su celda diciéndole: "Baja, que ahora descansarás". Su hermana, Bonifacia Lizárraga, declaró que allí "actuaba como jefe 'el Jorobado', que cebaba cerdos con carne humana".
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Según algunos testigos, la madre Apolonia del Santísimo Sacramento fue llevada al patio y desnudada íntegramente. Allí se le propuso apostatar de su fe, hecho al que se negó. Entonces comenzó su martirio, "uno de los más crueles de que existe memoria", en palabras de Montero Moreno.
La madre Sacramento fue "atada de muñecas y tobillos y fue colgada de un gancho a la pared del patio", relata María Elena del Río, hija de un preso en la misma checa.
Del Río continúa explicando que "con un serrucho la cortaron mientras que ella rezaba y rogaba por sus asesinos". En efecto, le fueron aserrados los cuatro miembros. Acto seguido, sus restos mortales fueron arrojados a una piara de 42 cerdos que habían sido llevados a la checa tras una requisa realizada en los alrededores de la ciudad condal.
Con estos animales se hizo más tarde una matanza. Fruto de esta salieron varios embutidos, entre ellos chorizos que los milicianos republicanos vendían asegurando que eran "chorizos de monja".
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Así fue el tormento al que se sometió a sor Apolonia del Santísimo Sacramento, quien en ningún momento se mostró dispuesta a negar a Cristo, aunque ello le costara la vida y la convirtiera en mártir de la persecución religiosa del siglo XX. Hoy la Iglesia española celebra su memoria y la de casi 7.000 religiosos que sufrieron el mismo destino solo por ser católicos.
El de la madre Sacramento es un testimonio de fe y de valentía ocultado de forma consciente por quienes, de forma interesada, se empeñan en reescribir la historia y ocultar las barbaridades que se cometieron en ambos lados contra inocentes y que nos hacen llevarnos las manos a la cabeza.