De los Pirineos a Lisboa, los tratados de paz de la España del siglo XVII que nos devolvieron la paz con nuestros vecinos más cercanos

Donald Trump da por concluida la guerra entre Israel y Palestina y anuncia la liberación de los rehenes

Luis XIV y Felipe IV firman el Tratado de los Pirineos en la isla de los Faisanes, pintado por F. Blanch

Álvaro Fedriani

Madrid - Publicado el

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Israel y los terroristas de Hamás han llegado en Egipto a un acuerdo de paz. Esta es la noticia más importante del día y, podríamos decir —con el permiso de la UCO y del juez Juan Carlos Peinado—, de la semana. Si todo sale bien, tras dos años de conflicto, Oriente Medio por fin tendrá paz.

Según ha confirmado el portavoz de la Oficina de Benjamín Netanyahu, el alto el fuego en la Franja de Gaza entrará en vigor 24 horas después de que Israel firme el acuerdo que han impulsado los Estados Unidos. Aunque inicialmente se había dicho que el cese de las hostilidades se aplicaría tras la ratificación del pacto, Tal Heinrich, ha aclarado que habrá un margen de un día para permitir que las tropas israelíes se replieguen hasta la "línea amarilla", lo que reducirá el control israelí en el enclave del 80% al 53%, manteniendo su presencia pero limitando el alcance territorial. 

EFE

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y el presidente estadounidense, Donald Trump, reunidos en la Casa Blanca

Hamás dispondrá entonces de 72 horas para liberar a los rehenes, que deberán ser entregados al Comité de la Cruz Roja sin cobertura mediática ni ceremonias públicas, a diferencia de treguas anteriores. Heinrich ha calificado el acuerdo como un logro de Netanyahu y su relación con Trump.

la relación de dos estados vecinos

La relación político-militar de dos países vecinos no siempre es fácil. Más aún cuando en uno de ellos gobierna un grupo islamista y terrorista, como Hamás, que defiende la existencia del Estado Palestino "desde el río [Jordán] hasta el mar [Mediterráneo]", es decir, barriendo y eliminando por completo al actual Estado de Israel y a sus gentes.

En España, llevamos ya varios siglos sin vernos en la necesidad de recurrir a las armas para solucionar los problemas que, por el roce lógico y normal de compartir fronteras, puedan surgir con nuestros vecinos más inmediatos —algo que esperemos que siga siendo así—.

Pero ya que parece que en Oriente Medio están alcanzando por fin un acuerdo de paz, hemos querido desempolvar los armisticios más importantes que se lograron en nuestro territorio y que devolvieron la paz a la Península Ibérica.

FELIPE IV, UN REY ASEDIADO

En 1621, tras la muerte de su padre, Felipe III, el gobierno del vasto Imperio español recayó en las manos del hasta entonces príncipe de Asturias, ahora llamado Felipe IV. Si bien esta es la época de Velázquez, Zurbarán, Montañés, Calderón de la Barca, Lope de Vega, Góngora, Quevedo y otros tantos genios de la cultura, en términos políticos y también militares eran tiempos de regresión.  El Imperio estaba empezando a dar signos de un claro agotamiento y anunciando un pronto colapso.

No había día en que el "Rey Planeta" no tuviera una mala noticia. Cuando no era una revolución en los Países Bajos, era el expansionismo francés; cuando no, Inglaterra atacando nuestro puertos o Portugal queriéndose independizar. Sus validos tampoco se quedaban atrás: estamos hablando de personalidades tan fuertes y complejas como las del duque de Lerma o el conde-duque de Olivares.

Museo Nacional del Prado

'Felipe IV, a caballo', Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (1635)

Por si fuera poco, el rey tenía un hijo y heredero, el príncipe Carlos, cuya salud estaba siempre en tela de juicio. Y no hablemos ya de su inexistente capacidad para reproducirse: un asunto de Estado en cualquier monarquía, más aún en la Hispánica. En resumen, Felipe IV no ganaba para disgustos. 

EL TRATADO DE LOS PIRINEOS

Empecemos por los vecinos de arriba, que en un edificio suelen ser considerados los más molestos. Retrocedamos al año 1659 y a la Francia de un emergente Luis XIV. España y Francia llevaban ya un tiempo compitiendo por la hegemonía europea, especialmente en zonas como Italia, Flandes y el norte de Europa. Los galos, con los cardenales Richelieu y Mazarino al frente, habían aprovechado el desgaste español en la Guerra de los Treinta Años (1618–1648) para levantarse en armas contra la Monarquía Hispánica en 1635.

La situación del ejército enemigo (el francés) tampoco es que fuera idílica, ni siquiera la más deseada. De hecho, esta fuerza sufría constantes revueltas y desórdenes internos que no dejaban de debilitarlos.

Tal es así que decía el reconocido hispanista John H. Elliott que "la debilidad de Francia dio a España ciertos éxitos transitorios que, al parecer, emocionaron tanto a Don Luis de Haro [valido de Felipe IV] que, inexplicablemente, perdió la oportunidad de concluir [el conflicto con] un tratado de paz extraordinariamente favorable en 1656".

El rey de España, no obstante, tan desesperado como estaba, acudió a la Inglaterra de Cromwell en busca de un posible aliado. "Las exigencias del estadista inglés —dice empero Fernández Álvarez— para llegar a una paz fueron rechazadas por Felipe IV, con lo cual Inglaterra se decidió por un tratado con Francia en 1657 en el que se pactaba el reparto de los Países Bajos hispanos".

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Representación en Salamanca de la época del Siglo de Oro español. Los Tercios de Flandes luchan en batalla.

Rodeado y sin aliados al rey no le quedó más remedio que agachar la cabeza y buscar, como fuera, la paz con Francia. Así llegamos a la isla de los Faisanes y el Tratado de los Pirineos. Un acuerdo al que el historiador Xavier Gil se refiere no como "una paz impuesta ni desequilibrada, sino que resultó honrosa para Felipe IV y sus súbditos".

En la misma línea se sitúan Antonio Domínguez y Elliott. El primero de ellos insiste en el término de "honrosa" porque "en apariencia, la dinastía de los Habsburgos no sacrificaba mucho". Algo más allá va el inglés que reconoce que "las cláusulas del tratado de los Pirineos no eran tan favorables como las condiciones que había ofrecido Mazarino en 1656, pero si se tiene en cuenta la desesperada debilidad de España y las derrotas sufridas durante los veinte años anteriores, el país salió sorprendentemente bienparado".

En términos personales, dice Gil, "ambos reyes realizaron concesiones, Felipe al entregar la mano de su hija María Teresa a su sobrino Luis XIV y éste al aceptar la reintegración plena de Conde [noble rebelde francés que se había refugiado en España después de levantarse contra el monarca francés].

En cuanto a pérdidas territoriales, España cedió el Rosellón, parte de la Cerdaña (territorios que habían sido recuperados por Fernando "el Católico") y de Holanda. Además, la frontera franco-española se trasladó a la cadena montañosa de los Pirineos. Pero lo más interesante y curioso tiene que ver con el lugar donde se firmaron estos acuerdos de paz.

Galería de las Colecciones Reales

'Intercambio de Princesas entre las Cortes de España y Francia', Pablo van Meulen (1616)

Ubicada en el río Bidasoa y conocida como la Isla de los Faisanes, era un territorio que había sido testigo del trato entre ambas Coronas a lo largo de los siglos. Si se eligió como lugar para negociar el armisticio fue porque marcaba la frontera natural entre ambos países. 

Desde entonces, la isla quedó como símbolo de la reconciliación y posee un régimen especial de soberanía compartida, administrada alternativamente por España y Francia cada seis meses, lo que la convierte en uno de los condominios más antiguos del mundo y pequeños del mundo.

EL TRATADO DE LISBOA

Miremos ahora hacia nuestra izquierda. Estamos en la misma época, pero un poco más adelante en el tiempo. En concreto nos vamos al año 1668. Felipe IV había cerrado la guerra con Francia en la creencia de que "podía, de ese modo, afrontar con fortuna la guerra con Portugal", dice Fernández Álvarez. Sin embargo, la muerte lo sorprendió en 1665 sin lograr su propósito. Antes de morir, supo de la derrota del marqués de Caracena en Villaviciosa. Según Antonio Domínguez, "el moribundo rey exclamó: ¡Parece que Dios no quiere!"

Museo Militar de Lisboa

'Proclamación de Juan IV como rey de Portugal', Veloso Salgado

En Villaviciosa se perdió la esperanza de recuperar el país luso, pero la independencia tardaría un poco más en llegar todavía. Fue la reina regente, Mariana de Austria, quien, "durante la minoría de edad del nuevo rey Carlos II, acabaría resignándose a reconocer la independencia de Portugal después de la derrota que sufrió un desmoralizado ejército español", explica Fernández Álvarez.

El conflicto con Portugal, sin embargo, había empezado mucho antes, en 1640, coincidiendo con la última década de la Guerra de los Treinta Años. De hecho, Manuel Rivero asegura que "la separación portuguesa se desencadenó a consecuencia de la catalana, si bien tuvo un origen muy diferente y siguió un rumbo distinto".

"El 1 de diciembre [que fue la fecha en la que empezó la conocida como Guerra de Restauración portuguesa] no fue —continúa diciendo Rivero— una revolución, fue una conjura perfectamente orquestada, con un objetivo dinástico muy claro, instaurar a la casa de Bragança en el trono portugués". Sea como fuere, lo cierto y verdad es que España seguía siendo en extensión un Imperio parecido al que había legado Felipe II, pero en fuerza era otro muy distinto.

Perder Portugal era sinónimo de desprenderse también de todos sus territorios americanos y africanos, es decir, extirpar buena parte del Imperio conseguido en el siglo anterior. Tan solo una plaza decidió mantenerse en sus trece y seguir siendo española: Ceuta, un territorio que no quiso unirse al levantamiento bragancista. 

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Grabado del rey Juan IV de Portugal siendo coronado por la Paz y la Justicia

Gil resume en Historia de España en la Edad Moderna (2004) el Tratado de Lisboa que firmó Mariana de Austria con Alfonso VI (sucesor de Juan IV) así: "La solución finalmente alcanzada con Portugal parecía resumir lo que fue la tónica de buena parte del reinado: recoger al cabo un resultado negativo del que se había intentado escapar a lo largo de años y años de esfuerzos de todo tipo, no siempre compatibles entre sí, y de fe constante en que los designios de la Providencia iban a resultar por fin propicios. El resultado global consistía en repliegue y pérdida de hegemonía. Y también decadencia, sin duda".