De confesor del rey Felipe II al destierro en Italia: el proceso de la Inquisición que acabó necesitando de la intervención de varios papas

Bartolomé de Carranza fue arzobispo de Toledo hasta que la envidia acabó con su carrera religiosa

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Bartolomé de Carranza

Álvaro Fedriani

Madrid - Publicado el

8 min lectura

El magistrado del Tribunal Supremo, Leopoldo Puente, ha acordado este jueves, mediante un auto, mantener en libertad —como hizo ayer con el exministro de Transportes, José Luis Ábalos— a su antiguo asesor, Koldo García, pese a que los indicios contra ambos "se robustecen".

El panorama judicial del Partido Socialista se completa con los casos que afectan a David Sánchez y Begoña Gómez, hermano y esposa del presidente del Gobierno, respectivamente. En cuanto a este último, el juez Juan Carlos Peinado ha acordado prorrogar seis meses más, hasta el próximo 16 de abril, su investigación por presunto tráfico de influencias, entre otros delitos, al considerar que todavía quedan pendientes varias diligencias acordadas.

EFE

El exasesor ministerial Koldo García sale del Tribunal Supremo tras comparecer ante el juez Leopoldo Puente

Los hechos presuntamente delictivos que se investigan en estos casos ocupan todas las tertulias y monopolizan el debate público. Sin embargo, esto que hoy nos parece sencillo y normal gracias a las redes sociales y a los medios de comunicación de masas, ya pasaba en el siglo XVI.

Vamos a retroceder hasta la segunda mitad del denominado Siglo de los Descubrimientos para conocer el proceso judicial al que se enfrentó el arzobispo Bartolomé de Carranza. Un hecho que marcó el reinado de Felipe II junto a la muerte del infante don Carlos y la traición de Antonio Pérez.

BARTOLOMÉ DE CARRANZA, CABEZA DE LA IGLESIA ESPAÑOLA

Bartolomé de Carranza nace en 1503 en Miranda de Arga (Navarra) e ingresa a los dieciséis años en la Orden de Predicadores convirtiéndose pocos años después en fraile dominico. Carranza destaca enseguida por su intelecto, lo que le lleva a enfrentarse a otro destacado teólogo y obispo español: Melchor Cano, figura central de la Escuela de Salamanca y uno de los principales renovadores de la Teología escolástica en el siglo XVI.

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Bartolomé Carranza, según un grabado en Retratos de Los Españoles Ilustres, publicado en Madrid, 1791

El 17 de enero de 1545, Carranza recibe una carta del rey Carlos I de España y V de Alemania en la que el monarca le pide que se desplace hasta la ciudad italiana de Trento para asistir al concilio ecuménico que se prevé inminente. El fraile español sobresale allí por sus intervenciones, que son muy alabadas tanto por los Padres conciliares como por los cronistas de la asamblea.

Entre 1548 y 1550 se le propone ser el confesor del príncipe Felipe y convertirse en obispo de las diócesis de Cuzco y Canarias, dignidades que no acepta. Sin embargo, años después, cuando el príncipe le propone viajar a Inglaterra, acepta embarcarse para restaurar allí la Orden de Santo Domingo, aunque su verdadero objetivo es el de restaurar el catolicismo en el país.

A finales de 1557 se convierte en arzobispo de Toledo, donde sorprende, según cuentan las crónicas, su modo de ejercer la caridad: “Después que tomó la posesión del Arzobispado, es cosa averiguada que gastó los 80.000 ducados en redimir cautivos, en casar huérfanas, sustentar viudas honradas, dar estudio a pobres en las Universidades, en sacar presos de las cárceles y dar a los hospitales”

Este cargo lo gana, en palabras de Manuel Fernández Álvarez, porque "tanta era la confianza y tanto el afecto del rey a su consejero espiritual, que cuando queda vacante la sede arzobispal de Toledo consigue que Roma designe como su nuevo arzobispo primado a Carranza". ¿Pero qué significa eso de convertirse en el "arzobispo primado"? Antonio Domínguez lo explica de forma muy clara y sencilla en España, tres milenios de historia (2000) cuando dice que era "la más alta autoridad de la Iglesia española".

LA DETENCIÓN DE CARRANZA

Por eso es más llamativo si cabe que el Tribunal de la Santa Inquisición lo prenda y lo enjuicie por herejía y por orden del arzobispo de Sevilla, Fernando de Valdés. Tanta fue la sorpresa que incluso Ambrosio Morales, cronista de la época, se hace eco de ello: "Caso raro y que admira ver a tan gran prelado, que no hay otra mayor dignidad como ella en España, reducido a esta deplorable miseria".

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"Felipe II presidiendo un Auto de Fe", Domingo Valdivieso y Henarejos (1871)

La orden de arresto del inquisidor general, Valdés, la ejecuta un juez llamado Rodrigo de Castro. Fernández Álvarez narra que "al día siguiente, a primeras horas de la mañana, un pregonero advirtió a los habitantes de la villa que todos se mantuvieran en sus casas con las puertas y las ventanas cerradas" para mantener "en el mayor secreto posible la prisión del arzobispo".

Morales apunta en un inicio que su prisión se debía a "su poca ventura", pero, años después, deja escrito que "la verdadera causa de aquel increíble proceso [era la] envidia cierta de sus enemigos de la que é harto se quejaba". Y es que Fernández Álvarez asegura que Valdés tiene envidia de su "meteórico ascenso en la jerarquía eclesial (...); envidia convertida en odio cuando se enteró que Carranza hablaba mal de él, acusándole en la Corte de corrupción, de harta codicia y de no cumplir con la obligación marcada por el Concilio de Trento de que los prelados residieran en su diócesis".

La relación entre Felipe II y Valdés no pasa por su mejor momento. El arzobispo de Sevilla no ha contribuido económicamente con la Corona cuando esta le ha pedido ayuda para hacer frente al conflicto que mantiene con Enrique II de Francia y que desemboca en la conocida batalla de San Quintín. Es por eso por lo que el inquisidor general cree que acusar a Carranza —aunque sea falsamente— de luterano, es una forma de que su figura pase "de ser mirada con recelo, a ser insustituible".

EL PROCESO CARRANZA

Ya hemos hablado de la detención de Bartolomé de Carranza y de la inquina que siente por él el mismo inquisidor general, Fernando de Valdés, quien no duda en llevar a quien haga falta a "la 'cámara de el tormento' para hacerles hablar", escribe Geoffrey Parker. 

El historiador inglés incluye en esta conspiración a la hermana del rey, Juana, y al confesor real, fray Bernardo de Fresneda. Juana escribe a su padre Carlos para contarle que "hasta ahora no hay nada de sustancia [contra Carranza]: mas díjome [Valdés] que, si fuera otra persona, que le hubieran ya prendido". El fraile franciscano, por su parte, "hizo todo lo que estuvo en su mano para ayudar al inquisidor general "por efecto de ser contrario al dicho arzobispo [de Toledo]'", cuenta Parker.

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El arzobispo de Sevilla, Fernando de Valdés, retratado por Velázquez

No sabemos exactamente cuándo se distanciaron Felipe II y Carranza, pero sí tenemos constancia  —como puede leerse en Felipe II: La biografía definitiva— de que "el 12 de julio Felipe firmó un codicilo revocando la cláusula de su testamento en la que se nombraba a Carranza 'gobernador' de España y 'tutor y curador' de su heredero en caso de que él falleciera". La semilla de la desconfianza ha sido plantada por Fresneda, que relaciona a uno de los arrestados por luteranismo, fray Domingo de Rojas, con el arzobispo de Toledo.

El rey toma en un principio las rencillas entre los prelados de Sevilla y la Ciudad Imperial como "una de las paçiones, parcyalydades y casy vandos que se hacían o están hechos entre mis criados". Carranza teme, de hecho, que su enemigo "y los que están con él, tomen el oficio de la Inquisición por instrumento para ejecutar sus voluntades vengar sus pasiones".

El juicio comienza y empiezan a pasar los testigos, entre ellos el propio Felipe II. "Muchos de ellos —nos dice Parker—resaltaron su ortodoxia, virtud y santidad". Cada vez es más evidente que Valdés quiere destruir a Carranza y, aunque el rey se da cuenta de ello, "nunca intervino en un proceso que duró 17 años para salvar al reo".

Es por eso por lo que el arzobispo de Toledo decide pedir auxilio a Roma. El papa, Pío V, "se vio obligado a exigir a Felipe II que aquel proceso no se fallara en España y que tanto el proceso como el procesado le fueran enviados a Roma, lo que sucedió con gran pesar tanto del Rey como del inquisidor general", escribe Fernández Álvarez, historiador madrileño.

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"Alegoría de la Liga Santa" (1579), obra pintada por El Greco en la que incluye a Felipe II y al papa Pío V

Carranza se muestra en esos momentos del todo impaciente por acudir a la ciudad de los papas. Fernández Álvarez recoge en España. Biografía de una nación (2010) la impresión que le causa al duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo, la actitud del arzobispo: "Dícenme que cada hora que se detiene se le hace un año". Carranza teme que Valdés esté ideando algo con lo que evitar su viaje.

El prelado español es llevado a la cárcel que entonces se situaba en el hoy turístico Castillo de Sant'Angelo. El propio Pío V en persona decide asistir a varias de las sesiones del proceso y termina dictando una sentencia favorable para Carranza. Sin embargo, el embajador que lleva la noticia al rey se entretiene de vuelta de Roma y comunica la noticia tras la muerte del papa en mayo de 1572.

El asunto lo hereda su sucesor, Gregorio XIII, quien el 14 de abril de 1576 lo declara gravemente sospechoso de herejía —con una sentencia que quiso satisfacer a todos y no contentó a nadie—, exigiéndole una abjuración ad cautelam de dieciséis de sus proposiciones, a pesar de que su gran obra (Catechismo) fuera declarada ortodoxa por el Concilio de Trento en 1563.

Carranza es condenado "a que no pudiese volver a su arzobispado de Toledo sino cinco años más tarde, lo cual era como asegurar que la muerte evitaría a Felipe II el mal trago de ver cómo Carranza regresaba a España y a su antiguo cargo tan poderoso de arzobispo primado", explica el madrileño.