El argumento que convenció a los Reyes Católicos para expulsar a los judíos de España el 31 de marzo de 1492: "Por treinta monedas de plata"
Las crónicas de la época recogen "que no había cristiano que no se condoliese" ante la imagen del exilio
'Expulsión de los judíos de España (año de 1492)', Emilio Sala Francés (1889)
Madrid - Publicado el
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Hoy, 7 de octubre de 2025, se cumplen dos años del ataque terrorista de Hamás, también conocido como la Operación Inundación de Al-Aqsa, que desencadenó el actual conflicto entre Israel y Gaza. En aquella jornada, los milicianos palestinos cruzaron la frontera, atacaron las bases militares, las comunidades israelíes vecinas, es decir, los kibutz, y a los asistentes al festival de música Nova.
Durante el ataque se asesinó a 1.195 judíos: 766 de ellos civiles —de los cuales 36 eran menores— y los 373 restantes, militares; además, se secuestró a otras 251 personas que fueron llevadas contra su voluntad a la Franja de Gaza. El entonces presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, se refirió a este hecho como "la peor masacre de judíos en un solo día desde el Holocausto".
Oficiales de las FDI reciben los ataúdes de cuatro rehenes fallecidos, transferidos de Hamás a las FDI a través de la Cruz Roja
Hoy en El Cairo, capital de Egipto, continúan las conversaciones de paz entre Israel y Hamas que se enmarcan dentro del plan propuesto para Gaza por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Según ha informado la televisión egipcia Al Qahera News —que se nutre de fuentes cercanas a los Servicios de Inteligencia del país—, "Hamás pide aclarar los mecanismos y trámites necesarios para implementar el plan de Trump y garantías de que Israel no reanude la agresión contra Gaza".
Mientras se desarrollan estas negociaciones de paz —que ojalá lleguen a buen término—, y con la esperanza de que cesen tanto los ataques como el asesinato de civiles en Gaza —pero también de que se libere a todos los rehenes hebreos y de que Hamás desista de la lucha terrorista—, hemos decidido dar un paseo por el Museo Nacional del Prado para reflexionar, de la mano de Expulsión de los judíos de España (año de 1492), un lienzo pintado por Emilio Sala Francés en 1889, sobre la intrahistoria de uno de los capítulos más oscuros de la Historia de España.
EL CAMINO AL 31 DE MARZO DE 1492
El 31 de marzo de 1492, "aviendo avido sobre ello mucha deliberaçion", los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, acordaron "mandar salir a todos los judíos de nuestros Reynos e que jamás tornen ni vuelvan a ellos". Pero, ¿cómo se pudo llegar a esta medida tan drástica?
Sala de oración de la antigua Sinagoga de Córdoba
Lo primero que debemos dejar claro es que la expulsión llevada a cabo en los reinos de Castilla y de Aragón no es una excepción en la Europa bajomedieval. Aunque la española es la más conocida y la más recordada —preguntémonos por qué—, otros reinos de nuestro entorno tomaron medidas similares entre los siglos XIV y XV. Inglaterra abrió la veda en 1290 con la primera gran expulsión de la Edad Media y le siguió Francia con cuatro expulsiones: en 1306, 1321, 1322 y 1394.
Ya en el siglo XV, y antes de que lo hicieran los Reyes Católicos, los judíos fueron repudiados por el Archiducado de Austria (1421), Parma (1488) y el Ducado de Milán (1490). La medida se replicó en Castilla y Aragón en 1492 y luego en Lituania (1495), Portugal (1496), Navarra (1498), el Condado de Provenza (1500) y en otros territorios entre los siglos XVI y XVII.
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La decisión la toman los monarcas —según dice en España. Biografía de una nación (2010) Manuel Fernández Álvarez— "movidos posiblemente por el afán de conseguir la unidad religiosa en sus reinos, o bien para evitar de una vez por todas que los conversos, al tener tratos con los judíos, fuesen tentados a judaizar".
No debemos olvidar como recuerda el gran experto en Isabel "la Católica", Tarsicio de Azcona, que los mismos judíos eran considerados vasallos de la Corona y como tales tenían el derecho de protección y el deber de sumisión. Además, la propia reina de Castilla había declarado en una carta fechada el 7 de junio de 1477 que "todos los judíos de mis reinos son míos e están so mi protección e anparo, e ami pertenesçe de los defender e amparar e mantener en justicia".
Sin embargo, el historiador nos revela también que, lejos de ser populares, "no eran gratos, sino malqueridos por la comunidad cristiana". A esto hay que añadir que "no se toleraba con facilidad la actividad mercantil desplegada por los judíos, la citada propensión a préstamos usurarios y la resistencia a pagar las contribuciones municipales".
'Los Reyes Católicos bajo un dosel', anónimo (primer tercio del siglo XVII)
El camino que condujo a ese decreto de expulsión lo resume con gran atino William H. Prescott en su Historia del reinado de Fernando e Isabel, los Reyes Católicos (1837): "La envidia surgió gracias a su prosperidad, combinada con la alta excitación religiosa inflamada con la larga guerra contra el infiel [musulmán], dirigiendo la terrible arma de la Inquisición contra este infortunado pueblo".
¿idea de isabel?
Es una buena pregunta. ¿Nació la iniciativa de una reina, como Isabel, con tanta fama de santidad? La respuesta es no. De Azcona recoge la siguiente confesión de la reina ante un enviado judío: "¿Creéis que esto proviene de mí? El Señor ha puesto este pensamiento en el corazón del rey".
En todo caso, a "la Católica" podemos atribuirle —tomando como referencia que la posterior expansión americana de Castilla fue una misión evangelizadora, y no meramente económica, aunque de ella se desprendiera un beneficio— el “mérito” de haber ofrecido a los judíos una alternativa para evitar la expulsión. Esta otra opción era la conversión sincera al cristianismo.
Pero no fue Fernando el único que llevo a Isabel a convertirse en coautora de ese decreto. Faltaría hacer referencia a un tercer protagonista cuya participación nos relata con todo lujo de detalles el estadounidense Prescott en la obra anteriormente mencionada y que nos lleva de vuelta al cuadro decimonónico de Emilio Sala. Efectivamente, hablamos del primer hombre que ocupó el cargo de Inquisidor General de Castilla, el fraile dominico Tomás de Torquemada.
Retrato de fray Tomás de Torquemada
"Por treinta monedas de plata"
Las reuniones de los Reyes Católicos con interlocutores judíos, como Isaac ben Judah Abravanel, y las súplicas de estos para que los monarcas reconsideraran su decisión están documentadas tanto por Manuel Fernández Álvarez como por Tarsicio de Azcona entre otros muchos historiadores.
De Azcona recoge en su biografía de la reina Isabel (2002) el testimonio de Abravanel, quien se afanó en su súplica al rey Fernando "hasta enronquecer mi garganta" implorándole "favor, oh rey. ¿Por qué obras de este modo con tus súbditos? Impónnos fuertes gravámenes; regalos de oro y plata y cuanto posee un hombre de la casa de Israel lo dará por su tierra natal".
La escena —si no la que acabamos de relatar, una de similares características— fue pintada siglos después por el pintor alcoyano Emilio Sala para la Exposición Universal celebrada en París en 1889, aunque, en palabras de José Luis Díez, comisario de la exposición 'La pintura del historia del siglo XIX en España' organizada por el Museo del Prado, no fue bien entendida ni acogida porque "el género histórico resultaba ya trasnochado".
Detalle de fray Tomás de Torquemada en el cuadro de Emilio Sala de la expulsión de los judíos
El lienzo plasma la acusación que lanzó el dominico a los reyes y que recoge Prescott en su libro. Dice el estadounidense [es un fragmento largo, pero merece la pena reproducirlo íntegro para no perder ningún detalle] que "los judíos a los que se le había insinuado la utilización de estos procedimientos [la expulsión], recurrieron a su normal y astuta política para atraerse a los soberanos. Facultaron a uno de los suyos para ofrecer un donativo [un soborno en toda regla] de treinta mil ducados con destino a sufragar los gastos de la guerra contra los moros. Sin embargo, la negociación fue súbitamente interrumpida por el Inquisidor General, Torquemada, que irrumpió en la sala del palacio donde los soberanos habían dado audiencia al enviado judío". Hasta aquí la teatral aparición de Torquemada, probablemente contaminada por el estilo romántico de la época.
Prescott continúa su relato explicando que "[Torquemada] sacando un crucifijo de debajo de su hábito, lo levantó, exclamando 'Judas Iscariote vendió a su maestro por treinta monedas de plata. Sus Altezas van a venderle ahora por treinta mil. Aquí lo tenéis, tomadle y cambiadlo de nuevo'. Dicho esto, el fanático fraile lanzó el crucifijo sobre la mesa y salió de la sala".
"E salieron de las tierras de su nascimiento"
Finalmente se ordenó la salida o conversión [algo que fue minoritario] de los 50.000 a 200.000 judíos de Castilla y de Aragón. Tarsicio de Azcona se acerca al momento de la expulsión de esta manera: "Bullían los preparativos, como cuando se va a emprender un largo viaje. Conforme llegaba el día, fue creciendo la exaltación religiosa, sublimando y dando un sentido religioso a la salida".
Sin embargo, el mejor relato lo encontramos en el cronista Andrés Bernáldez, al que cita Fernández Álvarez continuamente. El cura de Palacios, "pese a su fanatismo antijudío", llegó a conmoverse de "la gran mayoría de los hispanos judíos (los sefardíes) [que] optaron por seguir la senda de la expatriación, con todos sus sufrimientos y peligros".
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Bernáldez narra que "se metieron al trabajo del camino, e salieron de las tierras de su nascimiento, chicos e grandes e viejos e niños, a pie e cavalleros en asnos e en otras bestias e carretas". Nos dice, además, que "iban por los caminos e campos con mucho trabajo e [sin] fortuna, unos cayendo, otros levantando; unos muriendo, otros nasciendo, otros enfermando".
El cronista incide en "que no había cristiano que no se condoliese dellos" y resalta que "por donde iban los convidaban al bautismo, e algunos con la cuita se convertían e quedaban, empero muy pocos". Antes de cerrar aprovecha para destacar el papel de los rabinos quienes "los iban esforzando e hazían cantar a las mujeres e mancebos, e tañer panderos e adufes, por alegrar a la gente".
El relato se cierra de una forma sencilla y escueta, pero, al mismo tiempo cargada de nostalgia porque Bernáldez resume aquel éxodo con esta frase: "e así salieron de Castilla".