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La matanza de Liermo: "Cuando la envidia no se controla termina en violencia, y esta en muerte"

Liermo, en Cantabria, vivió en el año 1980 cómo un hombre asesinaba a la mitad de la población por la construcción de un parque infantil

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Alex García
TwitterRedactor en COPE Cantabria

Tiempo de lectura: 4'Actualizado 14 jul 2021

Cantabria es de sobra conocida por su gran capacidad turística, sus playas, sus acantilados y sus hermosas montañas que culminan con grandes alardes de belleza cualquier instante de quien se precie a visitarla y a vivir en sus carnes lo que representa hasta el más mínimo ápice de su territorio. Una de esas localidades con un encanto especial es Langre; una localidad costera, en el centro de la comunidad autónoma, que hoy en día es reclamo para muchos turistas por el surf, la acampada y el turismo rural.

Cerca de este pueblo, en una hermosa colina de verdes praderas, se sitúa una población especial, única y tranquila, Liermo, que por aquel entonces tenía unos veinte habitantes. Aproximadamente 25 kilómetros lo separan de la capital Cantabria, de Santander; y dicen que si se sube a lo alto, a un lugar lo suficientemente apartado y libre de grandes árboles y ruidos, se puede llegar a escuchar el sonido de la autopista, de los barcos surcando la bahía y del resto de la civilización que habita en la ciudad.

Precisamente, estas dos pedanías, protagonizan una de las crónicas negras más crueles y sangrientas que se recuerda en nuestro país: La que protagonizan Ángel Campo, natural de Langre, y siete vecinos de Liermo.

Los 80, años de labranza y cultivo

En Ribamontán al Monte (municipio al que pertenece Liermo), sus habitantes han sido tradicionalmente trabajadores de la tierra y el ganado. Gente humilde, laboriosa y de la que uno se puede fiar. Rara vez existió (y existe en la actualidad), un conflicto que manche el clima de armonía, respeto y solidaridad de todos los que allí comparten su día a día.

En esa época, a falta de prácticamente dos décadas para que finalizara el siglo XX, la economía no era el principal fuerte de la sociedad rural. La posguerra seguía causando estragos y enormes dificultades en los vecinos de la Cantabria del pueblo; pero la convivencia y el entendimiento entre vecinos y amigos ayudaba a atarse los machos, elevar la mirada, trabajar y seguir trabajando. Todo ese ambiente y ese día a día, era el que se vivía en Liermo desde siempre, y que nadie sospechaba que pudiera cambiar.

Años antes, en torno a la década de los años 50, llegaba a la pedanía un joven Ángel Campo, quien como se mencionaba anteriormente, fue vecino de Langre, y llegó a Liermo con la intención de casarse con una joven del lugar. Su presencia física y personalidad, invitaba a pensar que Ángel era de otra pasta, de una sociedad algo más acaudalada, de una familia con algo más de poder económico, algo a lo que en Liermo no estaban del todo acostumbrados.

Esa diferencia de clase social, no mejoró con los años, sino que contrariamente a lo lógico, interpuso una pequeña frontera en la relación con los vecinos, y la sensación constante era de que a medida que pasaban los días se colocaba una piedra sobre otra, haciendo más grande la muralla y creando un caldo de cultivo llamado a ser un cisma den altas dimensiones.


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El parque infantil

La cabeza consistorial del municipio (Ribamontán al Monte), y la junta vecinal de Liermo, acordaron construir un parque infantil en un terreno que no tenía propiedad, un pequeño cerco que se había contemplado destinar a fomentar el ocio y el entretenimiento de los más jóvenes, y que de alguna manera, diera la impresión de que la aldea estaba más viva que nunca.

Esa parcela, a pesar de no pertenecer a nadie, era empleada por Ángel Campo para los enseres de la vida ganadera (colocar hierba, plantar abono, almacenar ganado…), con la justificación de que nadie había reclamado la zona y que, por tanto, existía una especie de vacío legal.

Teniendo en cuenta el hastío que había entre los convecinos y el propio Ángel Campo, la decisión de la Junta Vecinal de retirar inmediatamente todos los útiles y objetos del terreno, generó un bloqueo y un sentimiento de ira que alcanzaría cotas inconcebibles por cualquiera de los allí presentes.

La escopeta y el chubasquero

En el atardecer del 27 de noviembre de 1980, entre el frío y la lluvia propia de la época, se armó de coraje y se dispuso a salir de su casa, movido única y exclusivamente por la rabia y la furia. Cogió su escopeta de cazador, escogió cuidadosamente varios cartuchos y se atavió de un chubasquero de color amarillo. Cerró la puerta y armó el rifle dirigiéndose a la avenida principal de Liermo.

Entre gota y gota que caía con violencia, en la cabeza de Ángel aparecía cada una de las personas a las que estaba dispuesto a arrebatar la vida. Fue entonces cuando se encontró a Cencio, uno de los vecinos que no sospechó de la escopeta, puesto que Liermo es tierra de cazadores. Después de saludarlo, le metió un tiro dejando en el suelo a la primera de las víctimas.

Posteriormente, llega a la casa del presidente de la junta vecinal, y termina con la vida de él, Amalio, y su hermano Manuel. Su hija y sus nietos logran escabullirse del asesinato, pero la esposa de Amalio, Encarnación, intentó correr en busca de ayuda cuando una de las balas le arrebató la vida.

En su último hilo de ira, se dirige en busca de Vicente, al no encontrarlo en casa, le preguntó a su mujer dónde se ubicaba, y al verlo más abajo en la finca, gastó un nuevo cartucho para asesinarlo, entre los gritos desesperados de la esposa.

Los sonidos de bala seguían sin alertar a nadie, puesto que era algo común, pero en ese momento, y cegado por la absoluta ira, acudió al domicilio de otro vecino. Fue entonces cuando aniquiló a sus dos últimas víctimas: José Manuel y Concepción, logrando escapar su hija Elisa, al fingir su muerte.


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La travesía del asesino

Una vez cumplido su objetivo, Ángel Campo sintió la liberación propia de un tirano. Sin soltar su escopeta, se adentró en el monte y desapareció. Durante días y días, la gente de Liermo, y del resto de localidades cercanas, vivió en sus propias carnes el temor de quien sabe a plena conciencia que hay un asesino suelto a la deriva. Sin embargo, y tras mucho sufrimiento, días después en Langre, una mujer acudía al cementerio a depositar flores a un ser querido. De repente y al voltear su mirada, halló en un nicho vació a un hombre abrazado a una escopeta, con un chubasquero amarillo teñido con manchas de sangre. Era Ángel Campo quien arrebatándose la vida, culminó su venganza; acabando con todos a los que consideraba enemigos, incluyéndose a sí mismo y a su vil faceta cegada por el odio.

A pesar de todo, el parque se construyó, y hoy en día permanece en ese terreno que tantas consecuencias protagonizó. Porque debía estar ahí y porque ahora más que nunca tiene un significado: rememorar, homenajear y brindar respeto a todas las víctimas del cruel ataque de aquel atardecer de noviembre de 1980.


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