Pasear por la ciudad propia es siempre una tarea sin importancia pero debería ser, de vez en cuando, un ejercicio turístico. Solo así, quizás, se daría cuenta uno de que ya no quedan cabinas telefónicas en las calles y de que los quioscos tienen los días contados. También se apreciaría que en Madrid hay 70.000 árboles menos desde Filomena. O que van a replantarse 10.000.

La asociación sin ánimo de lucro Madrid Futuro surgió con la idea de buscar soluciones para los problemas provocados por la crisis de la pandemia en la Comunidad. De repente llegó Filomena y ya había otra crisis a la que atender. Fueron muchos los árboles que se perdieron pero el total de insalvables fueron 70.000. Madrid Futuro ha juntado a empresas y a ciudadanos para que aporten su granito de arena y repoblen la región.

Diez euros por árbol, cinco mil empresas y otros cinco mil voluntarios. Van a replantarse 1000 ejemplares en parques históricos, 500 en parques singulares, 6000 en forestales y 1500 en urbanos. Los que crecerán en la Casa de Campo absorberán el dióxido de carbono de 150 coches. “Los árboles son la punta del iceberg de la sostenibilidad”, dice Juan Antonio Fernández, responsable de la organización.

Y si la gente ponía el dinero, ¿por qué no iban a participar en el proceso? Madrid Futuro ha decidido organizar jornadas para que los trabajadores de las empresas involucradas y los voluntarios que han puesto su dinero plantaran sus árboles. “La idea es concienciar, que este gesto parece muy simple, pero puede significar mucho al medio ambiente”, recalca el responsable.

Serán encinas, pinos y enebros. Son árboles que tardan mucho en crecer; los que hoy los planten probablemente no los verán. Pero ese no es el objetivo, “el objetivo es que los vean los del futuro, con eso hay que conformarse”, dice Antonio, uno de los jardineros del proyecto. Estas especies se agarran bien a la tierra por lo que su plantación es segura, se quedarán ahí aunque venga otra nevada.

El proceso es sencillo: se hace un hoyo de unos 30x30, se coloca el árbol, se cubre, se coloca la red para evitar que los conejos hagan de las suyas y se junta la tierra alrededor para que se forme una especie de alberca y que el agua caiga sobre la planta. No son más de diez minutos ni más de diez euros. Todo para que Madrid siga siendo -otra cosa a la que habría que prestar atención de extranjero- la segunda ciudad, por detrás de Tokio, con más árboles del mundo.