
Madrid - Publicado el - Actualizado
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El fallecimiento de un ertzaina en el trascurso de los graves altercados entre seguidores del Athletic y del Spartac de Moscú, ocurridos ayer en los alrededores del estadio de San Mamés, exige una seria reflexión social y una decidida voluntad de atajar de raíz una lacra que está corrompiendo este deporte y que señala una auténtica patología social.
El fútbol, como deporte de masas, no debe servir de justificación para que grupos organizados, en los que se mezcla la pasión por los colores de un equipo con las más perversas ideologías, se entreguen a la destrucción de bienes y la agresión a las personas. Es inconcebible que una gran ciudad como Bilbao se vea en vilo por la llegada de una especie de ejército de matones.
La violencia que rodea a lo partidos de fútbol exige una clara respuesta, tanto de las directivas de los clubs como de los organismos internacionales responsables de estos encuentros. Los clubs deben instaurar una política de tolerancia cero con sus aficiones más radicales. Pero esta es una cuestión que desborda el ámbito de los responsables deportivos. Los Estados deben tomar cartas en el asunto, asumiendo un control de quienes componen estas bandas e impidiendo su movilización impune. No hay por qué asumir como un peaje normal la violencia que ayer contemplamos en Bilbao, como en tantas otras ciudades europeas.