El viaje que emprende mañana a Irak el Papa Francisco tiene como finalidad principal alentar la fe a las comunidades cristianas que tanto han sufrido, y que en la última etapa han padecido la persecución implacable del autodenominado “Estado Islámico”. Pero después de la histórica declaración de Abu Dhabi sobre la fraternidad humana y la paz mundial, firmado con el jeque sunnita del Al Azahar, la arriesgada visita a Irak también supone un nuevo paso en su empeño de diálogo fraterno con los musulmanes, en este caso con la rama islámica del chiísmo, cuyo líder en Irak es el ayatolá Alí Al Sistani. Cobran también especial sentido los actos previstos en la tierra caldea de Ur, donde Dios llamó a Abraham para llevar adelante su historia de alianza con los hombres.

El encuentro de Francisco con Al Sistani es una ocasión para rememorar esta historia compartida que nos invita a considerar la fraternidad humana como el gran legado del primer patriarca común de judíos, cristianos y musulmanes. Nunca como ahora se ha dado la circunstancia, en la que tanto soñó san Juan Pablo II cuando emprendió su peregrinación a Tierra Santa, en los albores del tercer milenio, para llevar la esperanza del diálogo al martirizado pueblo iraquí, donde cristianos y musulmanes sufren aún la oleada de un radicalismo irracional que no entiende ni de historia ni de fraternidad.