Este fin de semana, en Marsella, el Papa ha denunciado que muchos hermanos y hermanas “se han ahogado en el miedo, junto con las esperanzas que llevaban en el corazón”. Que se sepa, 2.400 personas han muerto ahogadas en el último año. 20.000 en los últimos diez años. Solo en el Mediterráneo central, 450 en los primeros tres meses de 2023. Se trata de la ruta migratoria más mortífera del mundo.

Von der Leyen prometió hace unos días en Lampedusa mayores ayudas a los países del sur y un cambio de la política migratoria de la UE. Desde 2020 está pendiente el nuevo pacto, y el proyecto de reglamento presentado este verano ha sido bloqueado en el Parlamento Europeo. El reglamento, si sale adelante, será insuficiente para resolver el gran desafío migratorio.

Mientras se incrementan las llegadas, Frontex, la agencia europea de control de fronteras y de rescate, cada vez rescata menos. Los gobiernos dificultan el trabajo de salvamento de las ONG argumentado que provoca un “efecto llamada”, pero hay estudios recientes que desmienten ese presunto efecto. En nombre del “efecto llamada” se mantienen también centros para los migrantes con capacidad muy inferior a la necesaria. Europa necesita población extranjera, pero Europa no establece rutas seguras ni piensa en fórmulas que faciliten la integración, tal como el Papa ha reclamado en Marsella.