A la vista de la escalada bélica en Siria, cabe preguntarse qué se está haciendo para acabar con la guerra. La respuesta es decepcionante por la incapacidad de la comunidad internacional de imponer un acuerdo que acabe, al menos, con el tráfico de armas que alimenta la guerra desde hace más de cinco años. El régimen sirio, surgido durante la “guerra fría” en los años sesenta del pasado siglo, fue atacado en los comienzos de la “primavera árabe” por diversos grupos de oposición, enemigos de la dictadura de Al Assad y de la minoría chiita dominante. Entre esos grupos se encontraban quienes han formado después el llamado Califato Islámico en Siria e Irak.La aparición del Daesh puede explicar la intervención extranjera para luchar contra el terrorismo islamista, pero colateralmente ha reaparecido la antigua rivalidad entre una Rusia que apoya sin titubeos a Siria y unos Estados Unidos que todavía están sumergidos en la confusión sobre los contendientes. Las múltiples treguas, los intentos de diálogo y las reuniones “urgentes” del Consejo de Seguridad, se han saldado con otros tantos fracasos, mientras las tropas sirias acentúan su cerco a la ciudad de en Alepo con el consiguiente aumento del número de víctimas civiles.En este contexto se enmarca la asamblea que hoy concluye en Madrid de los responsables de migraciones de las Conferencias Episcopales de Europea, profundamente preocupadas por la atención debida a estas víctimas llegadas masivamente a Europa, con el objetivo de facilitar su plena integración, de acuerdo con las raíces cristianas de nuestro continente.