El presidente Sánchez se ha convertido en una caricatura de sí mismo. Oírle decir, en plena celebración del Día de la Constitución, que hay que cumplir la Carta Magna “de pe a pá”, mientras sus socios hacen todo lo posible por demolerla, o mientras los tribunales declaran inconstitucionales algunas medidas durante la pandemia, es algo más que una broma pesada. En la misma línea, suenan estrambóticas las palabras de la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, exigiendo a los políticos que recuperen la lealtad constitucional y renueven los grandes pactos de Estado, como si la cosa no fuera con su partido.

Sánchez nos ha acostumbrado a decir una cosa y la contraria sin despeinarse, pero afirmar que lo que toca ahora es “cuidar la Constitución”, parece cinismo. Si nos atenemos a la literalidad de sus palabras, Sánchez tiene razón. Eso es lo que toca ahora, porque con este Gobierno es imposible saber qué tocará mañana. En una desatada carrera por la supervivencia política, la Constitución no es sino un medio más, que usar y tirar según convenga.

Tenía razón Pablo Casado al decir ayer que lo que de verdad toca es no entregarse a los radicales que propugnan el revisionismo suicida, ni deshacer por parte de los nietos el enorme esfuerzo que, durante la Transición, hizo posible el abrazo entre nuestros abuelos.