Un ataque suicida contra una mezquita ha dejado este fin de semana al menos 27 muertos y 140 heridos en Peshawar, una localidad al norte de Pakistán. El atentado, producido cuando la mezquita se hallaba especialmente concurrida, muestra hasta qué punto el terrorismo no discrimina. De hecho, los musulmanes son las víctimas más numerosas del yihadismo en el mundo. Nos muestra también la delicada situación por la que atraviesa un país clave en el tablero de relaciones internacionales como Pakistán.

Tras varios años de calma, los atentados no han hecho más que crecer debido al resurgimiento del TTP, el principal grupo talibán paquistaní. Nadie ha reivindicado hasta ahora el atentado de este fin de semana, pero lleva el sello talibán en su modus operandi. Este grupo radical cuenta en sus filas con formaciones armadas tribales, además de la alianza que forma con los talibanes afganos.

Pakistán es un estado en permanente convulsión, clave para entender las tensiones que han existido históricamente en la zona. Lo es también como termómetro del derecho fundamental a la libertad religiosa. La violencia y el odio terminan arrasando con todo, y han tenido en su diana a la minoría cristiana paquistaní, que ha resistido de manera heroica y sigue contribuyendo a la construcción de un país que es también el suyo. Juntos, cristianos y musulmanes necesitan clamar alto y claro que la violencia jamás puede ser justificada en nombre de Dios.