El Papa Francisco ha clamado este domingo por la paz en Tierra Santa. Como le sucede a tanta gente de bien, en todo el mundo, el Papa ha reconocido que está siguiendo con grandísima preocupación lo que está sucediendo en estos días, con los violentos choques armados en la franja de Gaza y en Israel, que se multiplican y corren el riesgo de degenerar en una espiral de muerte y destrucción.

Numerosas personas han sido heridas y muchos inocentes han muerto, entre ellos niños, Como ha subrayado Francisco, el aumento del odio y de la violencia es una herida grave a la fraternidad y a la convivencia pacífica entre los ciudadanos, y será difícil pararlos si no se abre inmediatamente la vía del diálogo.
No se puede usar el nombre de Dios en vano. Es precisamente en el nombre de Dios, como ha hecho Francisco, en el que hay que pedir que cesen las hostilidades, especialmente a los que tienen la responsabilidad de hacer cesar el ruido de las armas y de recorrer el camino de la paz, con la ayuda también de la comunidad internacional.

Aunque, en efecto, nos pueda parecer que poco podemos hacer nosotros, la realidad es que hay cosas que sí están en nuestras manos, como informarnos de manera rigurosa de lo que allí está pasando, porque a veces los discursos simplistas que nos llegan desde los medios, no nos ayudan.

Y podemos, por supuesto, poner en nuestras intenciones a las víctimas, a las personas que más están sufriendo, así como rezar incesantemente por ellas, para que israelíes y palestinos puedan encontrar cuanto antes el camino del diálogo y del perdón, para ser pacientes constructores de paz y de justicia, abriéndose paso a una esperanza común y a la convivencia entre hermanos que son tan urgentes y tan necesarias.